[Diez días de verano] El ascensor

Hoy te voy a contar una anécdota de mi vida cotidiana. Hace muchos meses, puede que ya haga un año, el ascensor se estropeó.

No se estropeó en plan “roto del todo, llama al técnico y que lo reparen”. Se estropeó en el sentido de que ya no tiene memoria (si marcas un piso, luego ya no puedes marcar otro. Si está en uso, no registra tu llamada hasta que no vuelve a estar en reposo) y las puertas han pasado de cerrarse en tres segundos a tardar diez o quince.

¡Diez o quince segundos! ¿Sabes lo que es eso cuando estás dentro de un ascensor mirando con cara abstracta al vacío? 

No te voy a decir que hago como en las películas y me pongo a aporrear el botón para intentar que se cierre antes. Los primeros días me exasperaba, me irritaba y juraba en arameo… alguna vez incluso me salí del ascensor y utilicé las escaleras. ¡Las escaleras! ¡Yo! ¿Te puedes creer lo que me obligaban a hacer?

Sin embargo, como tantas veces, pasados unos días me di cuenta que esos segundos sin “nada que hacer” eran una bendición. Poco a poco fui perdiendo la prisa (siempre autoimpuesta) y la impaciencia dejó paso a un estado zen en el que perdía la noción del tiempo. 

Decidí tomar esos segundos para mi, en vez de regalárselos a la impaciencia. Desde entonces aprovecho para relajar la respiración, pensar brevemente en lo que tengo que hacer o simplemente disfrutar de mi compañía, algo que tantas veces se nos olvida.

Creo que uno de los males que nos aquejan a todos en esta sociedad en la que vivimos es la ausencia de silencio. Sea la música, o los podcasts, o las noticias, o las preocupaciones… nunca dejamos que nuestro cerebro trabaje en paz.

Todo lo queremos ya, decidimos sobre la marcha, decíamos las cosas como si hubiéramos nacido sabiendo y pocas veces nos damos tiempo para madurar y recoger una reflexión meditada.

Luego nos pasa lo que nos pasa, que tenemos que ir cogiendo los pedazos de lo que hemos roto por nuestra improvisación, y cada vez nos cuesta más reconocer que estábamos equivocados, que hablamos sin pensar, sin conocer todos los datos, sin habernos enfrentado nunca a nuestro propio punto de vista.

“Sostenella y no enmendalla” es una máxima de la vida pública actual. 

Pues he descubierto que es en los ratos de silencio, en esos momentos buceando en mi “caja de la nada” donde mi cerebro elabora las conclusiones, las ideas, las posiciones que luego puedo sostener con más coherencia y eficacia.

La avería del ascensor me ha dejado una herencia que me ha beneficiado enormemente, tanto para desacelerar en la prisa como en descubrir micromomentos para mi que normalmente dilapidaría corriendo para llegar a la calle o al coche… y seguir corriendo.

No sé si has encontrado tu también ese rincón para ti, en el que puedes estar tranquilo, seguro, sereno… o si los tuviste y los perdiste, y ahora los echas de menos. Pero te aseguro que tenerlo te da años de vida. Incluso si el resto de tu vida es una carrera continua (hablaré de esto en uno de estos diez dias).

Puedes escuchar este texto en audio, exclusivamente aquí:

Alf

Propietario de www.faq-mac.com.

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Miguel Ricarte
Miguel Ricarte
1 year ago

Ese tiempo para uno mismo es tremendamente adictivo…

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