No hay más que ver el escenario en el que Steve Jobs hace la presentación, el modesto salón de actos de las oficinas de Cupertino, para darse cuenta que, hace siete años, las cosas de Apple no pasaban de mera anécdota.
Otra de las cosas que chocaban con la concepción del iPod era su tamaño. ¿Quién necesitaba esa cantidad de espacio para pasear su música? Yo siempre he trabajado con música de fondo. En la vieja oficina tenía una cadena musical con cargador de CDs, que siempre tenía en marcha, y que seleccionaba como el cocinero que va a preparar una comida de encargo. Este disco, con un poco de esta música, otro poco de aquella, una recopilación para variar… algo que me daba seis horas interrumpidas (inolvidable los sonidos motorizados para sacar un CD y meter el siguiente) de música. ¿Para qué más?
Andando los meses, Apple me mandó un iPod de los nuevos para probarlo. Ya estaba vendido a iTunes, y llevaba semanas robotizado sacando y metiendo CDs para convertirlos a MP3. Lo conecté, trasladé un paquete de recopilaciones al dispositivo, apagué el ordenador y me fui para casa.
(Es cierto que nunca me he acostumbrado a los auriculares -es un problema de pabellones auditivos pequeños, supongo, y al poco tiempo empieza a dolerme)
Así que quité los cascos y puse el aparato en pausa. En cada semáforo cogía un auricular y me lo ponía. ¡Aquello era un milagro! Era la respuesta a todas las plegarias de los amantes de la música, a las de todos los fans, a las de todos los que viajaban, … a tanta y tanta gente… Recuerdo perfectamente la sensación de saber, sí, en aquel momento “supe”, que el iPod tenía que triunfar. Porque tenía sentido, y porque tenía una función.
La verdad, no me fijé -o no pensé- si era bonito o feo. No pensé si la rueda de clic era práctica o mejorable. No pensé si el blanco era rompedor para un dispositivo personal o si no lo era… Sé que desde el momento en que me “calcé” los auriculares del iPod, quise uno.
Así que hoy, siete años después, veo el vídeo de la presentación del iPod, a Steve Jobs diciendo que todo es sobre la música, que amamos la música, y que la música estará siempre con nosotros. Que nadie había conseguido nada en el mercado MP3 y que la marca Apple iba a congeniar fenomenalmente como marca de electrónica de consumo. Y veo que allí, subido en ese estrado, ante unos periodistas que acogieron la presentación con la frialdad del que no se cree nada, Steve Jobs dijo muchas verdades, que siguen siendo -como verdades verdaderas que son- auténticas. Y además sigue repitiéndolas en cada presentación de iPods que realiza:
Todo es por la música. La música es el motor del iPod.
Y de mi vida.
Gracias por inventar el iPod. De verdad. Y que cumplas muchos más.