Mañana entra en vigor la tasa que en un golpe de estado, apisonando cualquier derecho a la presunción de la inocencia y perpetuando una creación cultural anémica, subsidiada, parasitaria, que depende del estado para su supervivencia, matando en consecuencia cualquier competencia real o esfuerzo creativo, que discrimina tanto a otros creadores iguales a los que no se subvenciona -y contribuyen igual o más que los subvencionados- por no integrarse en la superestructura de comisarios y policías de la cultura, como a creadores de otras disciplinas que ni siquiera son recibidos para escuchar sus cuitas.
No olvidemos que esta «compensación» se ha acordado sin pruebas, simplemente aceptando unas cifras facilitadas por los mismos subvencionados y aceptando un status quo falso, evidente para cualquiera que lo vea con desapasionamiento y con ganas de hacer justicia.
El impuesto revolucionario pretende recaudar en este año 117,8 millones de euros de reproductores multimedia y MP3 (como el iPod), los teléfonos móviles y otros dispositivos. Los reproductores MP3 sufrirán un canon de 3,15 € por unidad, mientras que otros aparatos como impresoras y cartuchos de tinta también quedan incluidos en esta ley penalizadora (más información sobre los diferentes impuestos en esta noticia).
Apple parece que asumirá el coste en sus portátiles, sin variar su precio, aunque aún no ha tomado una decisión sobre qué hacer con los iPods.
¿Por qué no subvencionar a pintoros y pintoras, escultoros y escultoras, actoros y actoras, mimos y mimas, fotógrafos y fotógrafas? A todos «hace daño» internet, puesto que el tiempo que pasamos en internet no estamos acudiendo a ver sus obras. La alta resolución de las impresoras hace que yo me imprima mis cuadros y láminas y no los compre. ¿Por qué no subvencionar a todos los escritoros y escritoras -sin importar si son buenos o malos, si venden o no? cada página que leo en internet es una página de libro o periódico que dejo de leer/comprar ¿no?
¿Por qué a unos colectivos sí y a otros no? Ha quedado claro que da igual si los argumentos no son ciertos. A los músicos que graban discos y se afilian a determinadas organizaciones se les compensa por la teórica pérdida de ingresos que podrían tener si se pudiera demostrar que sus discos están disponibles para descarga y que -efectivamente- uno o unos usuarios los estarían descargando y que obtendrían beneficios con ello o dejarían de comprar el disco en la tienda -mientras está en la gama alta de precios, claro-. Hay tantos condicionales en esa frase que dudo que pudiera seguir el razonamiento de viva voz.
Y así, mañana, se consuma el estado del «no hay derecho», se santifica el estado de los lobbys y de los lobos, el atraco a mano armada de nuestros administradores, que se venden por silenciar a las caras hablantes de » la cultura». Y se nos echa en cara que «¡cómo podemos negarles unos céntimos a los artistas!» «¡Si es muy poco dinero!» (Como si robar céntimo a céntimo no fuera robar).
Y ha dado igual, no sólo las objeciones de sentido común a una tasa estatal que va a parar a manos privadas y que serán esas manos privadas quienes las gestionen y repartan (haciendo de su pertenencia una cuestión de «idealistas» ya que sólo se mantendrán fuera los que lo hagan por principio, renunciando a entrar en el juego, y renunciando también a esos ingresos). También han dado igual las objeciones de casos concretos, a los CDs de juzgados, a los CDs que graba el usuario con sus datos, los DVDs que graban las agencias de publicidad para enviar un trabajo a la imprenta, los discos duros que compramos para hacer copias de respaldo… todo ha dado igual, y la fractura entre los ciudadanos y el Estado, que ya sólo sabe repetir el buenismo de «gobernamos para vosotros pero es que vosotros no sabéis lo que os conviene», se ha consumado.
Durante unos días -me remonto a las pasadas elecciones- pareció que el PP con Mariano Rajoy a la cabeza entendía de qué iba esto del canon. Lo pareció hasta que llegó el debate y el candidato a presidente le tiró a la cara sus expresiones y don Mariano se quedó rígido, balbuceando disculpas y «yo no querías», incapaz de argumentar por qué realmente son los del «Pesebre» los que se atreven a pedir que todos los ciudadanos les compensen unas pérdidas que se originan por culpa de su defectuosa gestión tecnológica y su distanciamiento con sus clientes. Mariano tampoco supo, tampoco sabe. Lo tuvo, pero no supo gestionarlo. En su afán de mantener el fuego de la caldera que movía su maquinaria, gritó «más madera», le dieron esos argumentos y los arrojó al ardor sin pensar qué significaba. Y llegó el momento y nos defraudó a todos. Y nos volvimos a nuestros cuartos con los hombros caídos y la esperanza por los suelos. ¡Qué oportunidad -la última- de haber presentado nuestro caso, el caso del pueblo, ante todos y explicar que no somos delincuentes.
Ya todo eso está empolvado y guardado, y no sé si alguna vez alguien podrá soplar encima para cambiar las tornas y que por una vez sean los ciudadanos -los buenos, los que pagan los impuestos, las multas, los que pagan la gasolina y la luz, los que viven en paz con el Estado y sólo le piden lo mismo a cambio- los que tienen razón.
Mientras tanto, mañana, uno de julio, se consuma el insulto, la vergüenza, el ultraje, el desprecio y la ignominia de vernos condenados sin haber hecho nada, sin pruebas, sin juicios, sin testigos.
Y me da igual que las empresas digan que ellas asumirán el canon, que lo digan los distribuidores o el tendero de la esquina. No es eso lo que discuto, lo que me escuece es el concepto. Que intente pasarse esto como una ley «compensatoria», como algo progresista, como una obligación moral y fiscal.
Estoy aquí, en mi escritorio, generando contenidos digitales propios, que tengo que grabar en CDs y DVDs y noto la bota imperialista del Estado sobre mi cuello, diciéndome que no soy nada, que haré lo que ellos digan y que si no cumplo será aún peor. Y me siento ofendido, insultado, agredido, agraviado, discriminado, apaleado, robado, silenciado, marginado, cosificado, miniaturizado, abofeteado, ninguneado, olvidado, apisonado,… y desvalido, muy desvalido.
¿Dónde está mi gobierno?
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