De Seixo.
El hombre mayor se sienta sobre un atadillo de ropas, con el sol naranja que cae después de la seca tarde. Las brasas están negras y rojas. La tetera de bronce sobre un triángulo metálico ennegrecido por fuegos nocturnales espera ser recogida con tiento. Los matorrales donde las niñas juegan durante el día con muñecas de hierba seca y latas de leche en polvo vacías. Solo tres colinas marrones separan el suave atardecer del largo y plano desierto. Las tiendas de cuero están alejadas de la hoguera y sombras femeninas, unas maduras, otras jóvenes y flexibles, se reparten el trabajo de recoger las tareas que terminan.
Desde el grupo de conos de piel un niño con pasteles de dátil envueltos en paño limpio, corre sobre la arena hacia el hombre mayor. Llega y sin hablar, le entrega los dulces. El hombre mayor sirve un vaso de té para él.
– Bien, he decidido que irás a la escuela francesa.
El niño asiente.
– Pero antes debes oír la historia de los dos números primigenios, que formarán un universo cuando ya no estemos nosotros, los unos y los ceros.
El hombre mayor sorbe con fuerza de su vaso de té. Coge una vara verde y morada que hay a su vera. El viento descubre un manto de diminutas esquirlas de cuarzo sobre la planicie, el arenal.
– Cuando hoy no hay, pero pudiera haber mañana o no habrá, será que yo puedo dibujar
en la arena este anillo.
El hombre mayor con la vara corta y flexible dibuja un perfecto círculo de derecha a izquierda en el suelo.
– Dentro de este dibujo crecen los otros números, este lago contiene los peces que nosotros contamos cuando recogemos la red de nuestra barca. No sabes cuántos peces pescarás, pero si no hay lago no tendrás ninguno.
El niño con su cabeza apoyada sobre una mano, sentado en la arena, alterna su mirada entre el dibujo y la faz del hombre.
– Niño, ¿Cuántos dátiles tiene el árbol lejano? No importa, si no tuviese raíz no tendría ninguno. Con los años verás que las tiendas cuando viajamos al norte o al sur, son colocadas en círculo. Las tortas que las mujeres hacen sobre la piedra del horno son redondas. Así crece el número de nuestra tribu.
El hombre calmado, abre el paño y coge un pastel de dátil. Lo mastica y otea el cielo que oscurece por momentos. En el horizonte se descubre el tenue brillo de una estrella lejana que parpadeante va fijando su presencia en el negro manto.
– Mira allí pequeño.
La vara señala la estrella y después guiada por la mano del hombre dibuja un punto en el interior del circulo.
– Ahora el círculo contiene un punto que estará ahí hasta que el viento de mañana borre su huella. La estrella seguirá apareciendo noche tras noche, podrá ser contada. Recuerda que cuando descubras algo que contar y lo fijes en la arena o en la piel curtida, será por que tuviste la oportunidad de hacerlo. Al igual que siempre hay alguien que guía el rebaño, así existe el uno que es el primero de los dibujos que cuentan. En el cielo hay un sol y una luna. Así el uno y el cero formarán un universo cuando ya no estemos nosotros.
El hombre señala con la vara hacia las tiendas y el niño levantándose ágil, corre hacia su cama. Mientras un pastel de dátil es masticado, multitud de estrellas aparecen en el cielo amontonándose sobre la primera.
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