La aparición de la iTMS no ha pasado en absoluto desapercibida. Hay quienes lo ven como otra de las innovaciones de Apple: célebre y comentada en el mundillo… quizás para ser luego plagiada, «compatibilizada» y presentada al gran público bajo otro nombre y otra marca.
No sería la primera vez. También hay quien la ve como una diversificación de Apple en el sector de servicios. Y, por supuesto, también hay quien la ve como el último de los coletazos de esta agonía que ya dura 20 años y que promete otros tantos de «mala salud de hierro».
Sin embargo, este servicio tan exitoso -¿quién no quiere tener acceso a ese inmenso fondo discográfico, fácil y legalmente?- tiene dos contrapartidas que encuentro preocupantes: por una parte la hipotéticamente bonancible gestión de derechos digitales, DRM por sus siglas en inglés, y por la otra la perpetuación del control del mercado del actual cártel de grandes discográficas.
Vaya por delante que no pretendo justificar la piratería, y que me parece obvio que el trabajo de creación artística es un trabajo como otro cualquiera, que debe tener su compensación y su justo pago. Lo mismo reza para la programación. Hace unos días, en esta misma página se organizó una buena discusión al hilo de la hipotética pretensión de la SGAE de cobrar un canon sobre los discos duros. En ella había dos grandes corrientes: la de quienes opinaban que tal pago era una incitación a la piratería ya que presupone delictivo el uso de material corriente como CDs o discos duros, al igual que ya se hace con las fotocopiadoras o las cintas vírgenes, y la expresada por los artistas, con la justa ira de quien ve que le quitan el pan de la boca.
Ya hace años que opino que algunos modelos de negocio van a transformarse radicalmente por la influencia de Internet, y los hechos me están dando la razón. Allá donde Internet permita mejorar la distribución de un bien o servicio, la encarnación offline de éste tenderá a desaparecer. Tomemos como ejemplo el software Shareware, en oposición al Comercial. El Shareware es un método de distribución por el que un programador o pequeña empresa distribuyen con poco gasto un programa, nomrmalmente una pequeña utilidad, en la confianza de que su calidad y el acierto en el nicho escogido le hagan difundirse. El software Comercial es el inverso: grandes paquetes con potentes compañías detrás y grandes gastos colaterales en forma de media docena de disquetes, manuales a color, empaquetado, portes y publicidad. La aparición de Internet hace que unos y otros hagan parejos sus gastos de distribución y, en el momento en que el comercio electrónico despegue de verdad, opino que muchas compañías de software dejarán de presentar sus programas en «edición deluxe» y como mucho enviarán un escueto folleto de instalación con el número de serie y que sea el cliente el que descargue el soft. Sobre la posible desaparición del Shareware -que lamento profundamente- remito a este artículo.
El problema es más grave con la música: en su corta historia, la industria del software ha permitido que pequeñas compañías puedan medirse con las grandes gracias a la calidad de sus productos y la cercanía con sus clientes. Sin embargo en la industria musical la cadena entre el creador y el público es mucho más larga, por lo que se ha hecho necesario construir una estructura empresarial mayor. Estas compañías se han aglutinado según las leyes de libre empresa y el producto, 60 años después, es un compacto cártel de corporaciones que controlan toda la cadena de valor de la creación artística, con ramificaciones en grupos mediáticos, en «creadores de opinión» y, finalmente, en estamentos de poder político. En el momento en el que un autor pueda darse a conocer por su obra sin necesitar de toda esta estructura, la estará condenando a desaparecer. Pero me estoy adelantando.
Los intereses de estas grandes compañías -cinco, a día de hoy- combinados con la verdad de que «el trabajo debe retribuirse» han producido en Estados Unidos la Digital Millenium Copyright Act, una ley de amplio ámbito y problemática aplicación, y a su calor una serie de técnicas anticopia conocidas genéricamente como de gestión de derechos digitales o DRM por sus siglas en inglés. En teoría esta ley y estas técnicas están dirigidas a proteger el trabajo de los creadores de contenidos y darles la cobertura necesaria que garantice el justiprecio de su esfuerzo. En la práctica la DMCA está siendo malutilizada como arma arrojadiza en todo lo que tenga que ver con medios de comunicación y contenidos, y los sistemas de DRM criminalizan al usuario legítimo, puesto que, como todo el mundo sabe, las tecnologías de doble uso siempre se utilizan para el mal. Por esa razon en Irak no hay hilo de sutura.
El boom del MP3 ha propiciado la aparición de un nuevo mercado digital, en el que todas las compañías tecnológicas deben estar. Microsoft ha desarrollado una solución multimedia propia en la que ha tenido mucho cuidado -bastantes pleitos tiene ya- de contentar a la industria de contenidos introduciendo progresivamente el uso de DRM en su MediaPlayer, hasta el punto de imposibilitar la grabación a CD de lo descargado o hacer que de una versión a la siguiente haya dejado de reconocer ficheros MP3.
Por su lado Apple ha tomado un camino distinto. De momento iTunes sigue reconociendo MP3 y utiliza como alternativa un formato desarrollado por Dolby que no depende de Microsoft y sus contratos secretos de licencia. La propuesta de Apple es ciertamente interesante y tal vez la mejor del mercado, ya que integra limpiamente el reproductor personal y el programa de gestión de música. La adición de la iTMS ha sido la guinda de este pastel. Todo sería maravilloso de no ser porque estas canciones no podrían venderse legalmente sin la bendición de las dueñas de sus derechos, y éstas exigen -DMCA mediante- el uso de DRM. La aproximación de Apple es menos molesta que la de Microsoft, pero sigue criminalizando al usuario. Con todo, si juego limpio, no tendría por qué preocuparme, ¿verdad?.
Mentira. Puedo comprar un CD y hacerle tantas copias como quiera, por ejemplo para llevar en el coche o al trabajo y, mientras no esté reproduciendo más de una a la vez, estaré haciendo un uso perfectamente legítimo de la música que he comprado. iTunes no me deja la misma libertad de movimientos, y debo conectar todas las máquinas con Apple -máximo 3 a la vez- en que tenga cierta canción poder reproducirla. Por no hablar de otros problemas de pecata minuta que ya se han suscitado, como el que quiso subastar una canción en eBay. Lo peor de la DRM no es lo que no permite hoy, sino lo que podría impedir mañana: sería trivial poner fecha de caducidad a una canción, limitar su número máximo de escuchas o cualquier otra cosa. Sólo hace falta aprobar la ley adecuada. Poniéndome realmente paranoico, en un mundo en el que las tecnologías multimedia estuvieran totalmente atadas por DRM, se podría imposibilitar la reproducción de un fichero que no hubiera pasado por la bendición de quien correspondiera. Censura.
Con todo, admito que el párrafo anterior es una especulación, así que mencionaré otras posibles consecuencias más reales, y estas sí que no van a gustar nada a los músicos que me estén leyendo: en los años 40 y 50 las canciones se vendían sueltas. Si volvemos al mecanismo de la venta de canciones sueltas se pierde el efecto agregador de los álbumes, de modo que un artista podrá quejarse de que su obra resulta mutilada. Desde un punto de vista material, el método de construir álbumes a base de dos canciones buenas, tres normales, otras tres más bien flojas y otras dos malas hará que en vez de vender las 10 canciones por 18 euros, la discográfica ingresará entre 3 y 6 euros por 3 canciones y los artistas se verán obligados a que toda su obra sea digna de Greatest Hits o no venderán una escoba. Naturalmente, habrá excepciones, y habrá compra compulsiva de canciones pero opino que serán las menos. ¿Qué pasará cuando no produzcan las suficientes ventas?. ¿Harán 2×1 con las canciones de otro autor de más éxito?. ¿Seguirán firmándose contratos por varios álbumes o los músicos trabajarán exclusivamente por un porcentaje sobre las ventas?. ¿Este modelo les da más dinero y libertad creativa o les ata aún más fuertemente al sistema?. ¿Se producirá una selección natural de los más triunfitos?.
En mi opinión, tiendas como la iTMS contribuyen al sostenimiento del sistema de cuasimonopolio de las grandes discográficas, cuyo modelo de negocio se había visto seriamente cuestionado. Y no perdamos de vista que la mayor parte de los ingresos de la tienda los fagocitan la propias discográficas, de modo que con este sistema los artistas corren el riesgo de recibir aún menos ingresos que en la situación actual. Se puede argumentar que nadie impide a autores independientes o pequeñas discográficas llegar a acuerdos de distribución con Apple. En mi opinión, al final llegaríamos a una situación parecida a la que hay en el software: Microsoft está donde está porque controla las manijas del mercado y puede hacerse toda la publicidad que necesite; a los demás se les tolera mientras no molesten. En realidad sería peor: aunque sea minoritario, el mundo informático no puede sobrevivir sin Unix a día de hoy; sin embargo el mundo musical puede prescindir de O’Funk’illo y no pasaría nada, por mucho que me gusten.
Estoy seguro que muchos discreparéis con esta opinión desde el punto de vista del consumidor -¿pirata- final. Sin embargo, tened esto presente: ¿de quién depende todo músico que desee publicar?. Casi seguro de una discográfica y seguro que de la SGAE. ¿Quién se lleva un alto porcentaje de las canciones vendidas?. Su discográfica, a menos que esté en el rarísimo caso de músico «shareware» que distribuya por libre, más los gastos de registro de la SGAE. ¿Va a ganar más o menos por vender canciones sueltas frente a álbumes?. El tiempo lo dirá. ¿Su discográfica va a ganar más o menos?. Más, sin duda. ¿Y los pirat^Hconsumidores finales?. Pues, dependiendo del precio al que nos pongan la canción, pagaremos aproximadamente lo mismo que por un CD en la tienda pero sin las letras, sin el librillo, sin las fotos y sin todas esas sensaciones laterales que tiene la presentación de un disco. Y si queremos llevarnos esa música al coche, nos hacen el favor de permitirnos pagar el CD virgen, que lleva incluido el canon.
¿Quién sale ganando de todo esto? Las discográficas. Los músicos, según. Y los consumidores, jugando limpio o no, tratados de piratas. Y rezando para que sea este el modelo que se imponga, puesto que el de Microsoft es aún más restrictivo.
En resumen: la piratería podría haber forzado a las grandes discográficas a cambiar su modelo de negocio, lo que podría haber estimulado la compra legal. En vez de ello se han lanzado a defender el estado actual de las cosas por la vía judicial, planteando demandas ridículas contra chivos expiatorios claramente indefensos, y han utilizado el poder de negociación de sus catálogos para perpetuarse en su posición de dominio a costa del bolsillo de los consumidores y del pan de los artistas. Los primeros pueden permitirse no comprar, pero los segundos no pueden permitirse no comer.
Notas finales: Conozco de cerca dos grupos, uno de ellos de cierta relevancia española, cuyas discográficas les han dado de lado para dedicarse al negocio seguro de Operación Triunfo. Conozco músicos miembros de pleno derecho de la SGAE que no han cobrado ni un duro de sus composiciones. Existen soluciones tecnológicas para arbitrar el buen uso de los contenidos sin necesidad de cánones en los materiales vírgenes ni sistemas anticopia incompatibles. Pero es más fácil legislar.
Algunos enlaces:
Jorge Cortell. Usos y abusos de la Ley de Propiedad Intelectual
Descontento de socios de la SGAE con su funcionamiento
DRM lista para aplicarse en móviles
Doble amenaza para los crios atrapados en el anuncio Apple-Pepsi
Descargas legales ilimitadas por 6$/mes. Sin DRM. Los artistas cobran. Tenemos la solución
Luis Bou
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