Descargas legales ilimitadas por 6$/mes. Sin DRM. Los artistas cobran. Tenemos la solución, traducido por Luis Bou

Original aparecido en The Register el 1 de Febrero de 2004

Imaginad un mundo en el que se pudiera compartir películas y música libremente, donde los artistas fueran debidamente recompensados, las compañías no perdieran un duro y las niñas de 12 años no tuvieran miedo al hombre del saco por tener la tonada de su programa favorito de la tele en su ordenador.

Todo esto es posible por menos de lo que cuesta suscribirse a Napster: menos de 6 dólares al mes. El profesor Terry Fisher de la Universidad de Harvard ha completado el primer análisis exhaustivo de varios modelos alternativos y el que hemos mencionado ofrece unos beneficios sociales tan atractivos que incluso los más descreídos debieran considerarlo seriamente. El profesor Fisher es más un escéptico, sector forense, que un tecno-utópico y se ha pasado tres años intentando cuadrar las cuentas. Pensamos que merece la pena repasar su estudio. Y, para hacerlo más difícil todavía, el modelo Fisher incluso aborda la manera de compensar a Hollywood.

Muy bien, ¿cómo funciona? Veamos sus cuentas: ¿qué nivel retributivo sería necesario para que merezca la pena para sellos, productoras y artistas?

Este es el planteamiento de Fisher: las economías han tenido muchos problemas con aquellos bienes públicos cuyo uso por una persona no excluye del de otras, y que además son difíciles de hacer exclusivos. Como ejemplos de estos últimos podemos tomar las carreteras, la defensa y la cultura. Si nadie paga, nada se hace: las carreteras se llenan de baches, el país se hace vulnerable y las futuras estrellas del pop han de abandonar sus fantasías de poder algún día esnifar una raya de los muslos de una puta cara.

La crudeza de este último ejemplo no es totalmente innecesaria: muchos artistas renuncian a la fama a causa de la propia fama, pero lo bello de los modelos de recompensa alternativa es que no desincentivan el ser famoso. Por dar un ejemplo, cuando en otros momentos hemos mencionado tarifas planas, nunca falla el angustiado que escribe para quejarse de que recompensaría a Michael Jackson por el mero hecho de ser popular. Bueno, ¿y qué? En su momento fue muy conocido, y merecidamente.

Así que empecemos por el año 0 a hacer contabilidad.

====Cálculo de ingresos perdidos=======

En el año 2000 las discográficas tuvieron un beneficio de 7.000 millones de dólares sobre unas ventas minoristas de 13.000 millones. Para ponernos en situación, digamos que en el primer año perdieron el 20% de las ventas por piratería. Eso suma 1.400 millones, aunque hay que tener en cuenta el ahorro de 210 millones en costes de fabricación y unos 145 millones en royalties mecánicos. Esto nos da 1.045 millones para las discográficas y 138 millones para los artistas, además de otra suma por los royalties de radio perdidos.

El cálculo de hipotéticas pérdidas para el caso cinematográfico es extremadamente dificultoso. Para empezar, a día de hoy es difícil estimar cuánto gana la industria por ventas y alquileres de VHS y DVD, además de los acuerdos con televisiones de pago. Y es aún más complicado estimar las pérdidas debidas al intercambio de ficheros. Aún con la aparición de los Bitorrents, las descargas son lentas y pocos tienen la paciencia o los medios como para que les merezca la pena, con lo fácil que es ir a un videoclub de esos automáticos 24 horas. Frente al 20% de la industria discográfica, en el caso cinematográfico Fisher estima las pérdidas en el 5% sobre un mercado de 10.000 millones de dólares, es decir, 479 millones.

Es decir, con 1.677 millones de dólares contentaríamos a la RIAA y la MPAA.

Pero por supuesto que esto no es todo: el modelo necesita una organización que calcule y distribuya los royalties, haciendo el papel de la ASCAP o la BMI de hoy [si lo he entendido bien, más o menos estas organizaciones y su función serían la SGAE española – N. del T.]. La ASCAP informa que sus gastos administrativos son del 16 por ciento, que Fisher redondea generosamente al 20% (lo que, como veremos, es ser bastante generoso puesto que la gestión digital es mucho más agil). Esto arroja -y atentos a lo que viene, que también se incluye una generosa estimación del 10% de inflación entre el 2000 y el 2004- un resultado neto de 2.306 millones de dólares.

Perfecto. ¿Quién paga?

Momento de recaudar

Si se cobrara como un impuesto familiar más (regressive poll tax), con 87 millones de declaraciones anuales al IRS [el fisco de Estados Unidos], cada familia pagaría apenas 27 dólares al año: poco más de 2 dólares al mes o 51 centavos por semana. O sea, la mitad del precio de una canción de la iTunes Music Store.

Este es el método más eficiente y con la menor complicación.

Sin embargo, una subida de impuestos indirectos es difícil de tragar, y más en la América temerosa de Dios y del gobierno. Y hay varias objeciones de peso: ¿por qué deberían los pobres subsidiar a los ricos? ¿Por qué, Fisher hace notar, se debe pedir a parte de la población que subvencione a los creadores de productos de entretenimiento que consideran blasfemos? Fisher debe de recordar las guerras culturales de principios de 1990… Por último, ¿por qué razón habrían de subsidiar los hogares sin conexión a aquellos que disfrutan de banda ancha y que serían los que realmente sacasen partido de este sistema?

Fisher pasa a analizar en profundidad otras cuatro opciones: impuestos en reproductores, grabadoras o ambos, cánones en los discos vírgenes, cánones en el sistema de distribución -Kazaa, por ejemplo-, o en los ISPs. Esta última opción sería con mucho la más jugosa: el gasto en banda ancha se estima se estima en 16.400 millones de dólares en 2004. En contraste las ventas de material vírgen darían unos 2.000 millones de ingresos. En total, estas cuatro categorías darían un bruto de 20.248 millones. De todo esto, nos basta una mordida del 11 por ciento para sacar los 2.300 millones que sacien las demandas del sector.

Pero ¿y si esta recaudación se hiciera exclusivamente a costa de los usuarios de banda ancha? Habrá quien se sorprenda: dejando aparte los pequeños impuestos [penny tax] ya mencionados, el coste se reduce a 6 dólares al mes por cada usuario de banda ancha. ¿Y eso es todo? Pues, bueno, sí.

¿Y qué ganan los consumidores por poder intercambiar música así tan de repente? Esta es tal vez la pregunta más deliciosa que jamas se haya formulado; el libre intercambio de cultura tiene tantas ventajas que puede que ya se nos haya olvidado cuáles son.

Fisher lo expresa de este modo:

“Los consumidores pagarían menos por más contenidos.

Los artistas tendrían su justa compensación. El número de artistas que dejaran sus creaciones a libre disposición sería mayor, y por ende la amplitud de contenidos al alcance de los consumidores.

Los músicos serían menos dependientes de las discográficas y los cineastas de los estudios en el momento de distribuir sus creaciones.

Tanto consumidores como artistas tendrían mayor libertad para modificar y redistribuir grabaciones de audio y vídeo. Si bien crecería ligeramente el precio del equipamiento electrónico y el acceso a Internet, su demanda crecería, lo que beneficiaría a los proveedores de esos productos y servicios. Por último la Sociedad en su conjunto se beneficiaría de una reducción drástica en gastos judiciales y otras transacciones”

No se vayan todavía, aún hay mas: hay otros dos beneficios que el profesor Fisher no menciona. La tienda de discos del centro podría encontrarse compitiendo con locales de distribución informal de música, tales como salas de conciertos, clubs o coffee shops [a escoger la acepción cafetera o la holandesa – N. del T.] Con la existencia de reproductores inalámbricos baratos (teléfonos o Bluepods) cualquiér café o lavandería podría convertirse en una “tienda de discos”.

Las tiendas que sobreviviesen tendrían necesariamente que concentrarse en su experiencia y relaciones sociales. Es difícil ver qué cosa atraería clientes a una franquicia Virgin, pero es fácil ver la existencia de un Aquarius Records (una conocida tienda especializada en el distrito Mission de San Francisco que continúa atrayendo una fiel clientela de parroquianos). Se transformarían los espacios sociales. Fisher tampoco intenta calcular la demanda de infraestructura de Internet que resultaría, de enormes beneficios macroeconómicos potenciales.

El reparto

¿Cuál es el reparto más justo? El profesor Fisher indica que sólo hace falta una muestra representativa del conjunto: el modelo no requiere vigilancia estilo Gran Hermano ni la agregación de cada canción reproducida. Ya existe un sistema que funciona para la compra de espacios publicitarios en TV: las clasificaciones de Nielsen se calculan a partir de algunos miles de hogares. Y, en cualquier caso, es dudoso que una agencia pudiera afrontar el coste de la infraestructura de TI necesaria para agregar semejante cantidad de datos. Sin embargo, Fisher incluye una propuesta técnica que podría simplificar enormemente el trabajo de auditoría: los ficheros llevarían una marca al agua digital que no sirviera para restringir la reproducción sino facilitar la gestión.

Según Fisher, el riesgo de “pucherazo” es el mayor escollo tecnológico.

“No se puede eliminar del todo el problema del pucherazo, pero sí minimizar su influencia”, según nos cuenta. “La solución más prometedora sería un sistema automatizado de muestreo que contase la frecuencia con la que los individuos de una muestra reproducen completa una canción. Sería posible que los artistas inflaran un tanto esta cifra, por ejemplo persuadiendo a las familias de tenerla sonando todo el día, pero este error de cuantificación es tolerable”

El propio modelo ya disuade de esta posibilidad ya que la mayoría querría que funcionase bien, en oposición a la situación actual, en que se gana dinero por no seguir las normas.

En lo tocante a las “filtraciones” transfronterizas, Fisher dice que es un aspecto preocupante desde el punto de vista de la justicia y que podría limitar su atractivo político. “Sin embargo, podría funcionar internacionalmente, y más si se compara con el sistema actual de P2P ilícito, que filtra a chorros”

La idea en sí es muy convincente. Fisher identifica cuatro colectivos cuya colaboración resulta imprescindible: los consumidores, los artistas, los fabricantes de aparatos y por último los intermediarios: sellos y estudios. Como ya hemos visto, los tres primeros salen claramente beneficiados. Bien, ¿cuál es el incentivo para los últimos?

Tras escuchar sus argumentos, Fisher dice que la industria está intrigada pero poco interesada en dar el salto. La mayor “zanahoria” que se les puede ofrecer es la garantía de que sus ingresos volverían a los niveles del año 2000. Si se creen sus propios argumentos, éste sería un incentivo realmente poderoso.

Dejando aparte un puñado de inconformistas, es de esperar que los consumidores lo acepten encantados. Hace varios meses de la aparición de las tiendas online de música con sistemas anticopia y siguen eclipsadas por los sistemas de intercambio de ficheros, que vuelven a crecer en tráfico. Es de esperar que los consumidores afronten dos futuros.

En el primero, la industria discográfica consigue imponer restricciones DRM en la venta de MP3 y CDs. En ese momento es libre de “reinventarse” y crear sistemas de venta múltiple como las que hemos citado en otros artículos y que Ross Anderson sugiere en su FAQ del TCPA [la arquitectura de “computación segura” (?!) que Microsoft pretende introducir en uno o dos años]: canciones que sólo suenan una vez, o que sólo suenan en tu cumpleaños, o esquemas de precios que cobran un plus por sonido de mayor calidad a través de mayor bitrate en el fichero. Nuestro método favorito lo ha propuesto la presidenta de la RIAA, Cary Sherman: un iPod con toda la música bloqueada que quieras que se podría ir pagando al ritmo del cliente. (Este ejemplo es deliciosamente ilustrativo de cómo se las gasta este lobby, que ya ha hecho la cínica y no totalmente falsa estimación de que la mayoría de la gente del mundo tiene la misma colección de discos. O que las variaciones son lo bastante pequeñas como para poder aplicar esta lógica)

El otro futuro tiene un precio, pero bajo y predecible, y promete rejuvenecer la economía y las tiendas. No es una elección difícil para los consumidores, pero será necesario superar lobbies atrincherados. Agradecemos al profesor Fisher su análisis exhaustivo que nos deja claras las opciones que tenemos.

Traducido de The Register por Luis Bou.

La página de Fisher

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Anónimo
Anónimo
20 years ago

En teoría parece muy bueno todo esto para todo el mundo, pero tiene algunas pegas, como que ellos son los que controlan que te puedes bajar, lo que limita la variedad actual de grupos o películas menos comerciales, por no hablar de las aplicaciones, y segundo, que para variar solo se cuenta con EEUU, viva el “intercambio cultural” del que hablan.
Todo esto me parece la paranoia mental de una persona con buena intención que no piesna que esas industrias no se van a conforman, porque si esto funciona, para que sirven?.

Anónimo
Anónimo
20 years ago

No lo veo nada claro. En la práctica es un impuesto no progresivo (pagas lo mismo con independencia de tu nivel de renta o de consumo o de que ni siquiera lo uses) y no resuelve el problema de cómo se redistribuye el dinero entre los artistas.

El uso de un muestreo para el cálculo del reparto no parece una buena solución para que cualquiera pueda poner su producto “en venta” (por llamarlo de algún modo). Los más populares/promocionados salen beneficiados y los nuevos/independientes, poco conocidos, siguen en la oscuridad. Tendría que ser un sistema de recuento “real”.

Una solución podría ir en la línea de la iTMS, pero más flexible. Tiendas independientes de las discográficas, con posibilidad de venta directa por artistas y la adopción voluntaria por parte de estos de controles de duplicación (o sea, que los que quieran poner limitaciones las pusieran y los que no, pues nada, pero que la tienda sólo se limite a gestionar la transacción comercial).

Un poco, como el Kagi para comprar software. Ellos se limitan a poner los medios a cambio de un porcentaje de la venta, mientras que el desarrollador decide si proteje o no su programa.

Aparte de que las discográficas dejen de tomar a la gente por borregos y se preocupen un poco más de la calidad de sus artistas.

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