Las ciudades del futuro

Las ciudades son el lugar donde la humanidad prospera y también fracasa. Cuando una ciudad reconoce la necesidad de un desarrollo sostenible desde el punto de vista económico, social y medioambiental y actúa en consecuencia, sus ciudadanos tienen la oportunidad de aprovechar todo su potencial.

En cambio, cuando la exclusión social, el deterioro medioambiental y la falta de infraestructuras son la norma, la calidad de vida resulta irremisiblemente perjudicada. Se calcula que en el año 2030 la población mundial será de 8.000 millones de personas, y que 5.000 millones de ellas vivirán en ciudades. Por ello resulta obvio que la urbanización debe ser uno de los temas prioritarios en la agenda política.

La Comisión Europea ha abordado de frente esta cuestión y recientemente ha publicado el informe World and European Sustainable Cities («Ciudades sostenibles en el mundo y en Europa»), que repasa una serie de actividades de investigación europeas destinadas a reconciliar el desarrollo urbano con la necesidad de un crecimiento sostenible e incluyente.

Hay una serie de proyectos que han tratado sobre cuestiones relacionadas con el desarrollo sostenible, tales como la gestión de los residuos, el agua y la energía, y que han desarrollado herramientas específicas para regiones tan distintas como las zonas costeras, montañosas y otros territorios específicos. En el campo del transporte, se ha investigado la posibilidad de implantar autobuses que funcionen con pilas de combustible a base de hidrógeno o bien con biocombustibles y se han estudiado distintas alternativas tecnológicas y el grado de seguridad y autonomía que ofrecen.

En este contexto es crucial la identificación y divulgación de las mejores prácticas. En Bruselas, por ejemplo, hace treinta años se negaba la posibilidad de crear carriles para bicicletas, pero aprendiendo de las experiencias de otras ciudades se pudo demostrar la viabilidad de tal plan. La Comisión considera que, en casos así, es posible la realización de una evaluación comparativa entre ciudades y que otras ciudades, sea cual sea su situación, deberían ser capaces de emularlas e incluso de competir por ser la «ciudad más ecológica». Los cambios de esta índole repercuten en una mejor calidad de vida, de tal modo que las ciudades pueden convertirse en lugares no sólo más atractivos y donde la población es más feliz, sino también más productivos.

Es bien sabido que las principales ciudades europeas se han convertido en centros de una diversidad asombrosa, una tendencia que probablemente seguirá acentuándose dada la constante afluencia de personas a los centros urbanos en busca de trabajo. Según ONU-Hábitat, a nivel mundial, el número de migraciones internacionales se ha más que duplicado en los últimos cuarenta años, y en Europa en tan sólo quince años (entre 1985 y 2000). Las ciudades ofrecen numerosas oportunidades laborales, tanto de buena como de mala calidad, y una proporción elevada de los empleos no cualificados, que es el tipo de trabajo que la población local trata de evitar, es realizada por los recién llegados.

Este fenómeno resulta especialmente evidente en grandes ciudades europeas como Londres y París. El panorama se complica por el hecho de que un porcentaje alto de los inmigrantes hablan otro idioma, profesan otra religión y poseen valores distintos a los de la población mayoritaria. A este respecto, la investigación no se ha centrado en la integración, sino en formas de combatir la pobreza, que es el principal obstáculo a la integración. Es innegable que los inmigrantes pobres y sin acceso a una educación decente experimentan grandes dificultades para integrarse. Los cambios demográficos en Europa, y concretamente el envejecimiento poblacional, agudizan la necesidad de desarrollar políticas de integración innovadoras.

En segundo lugar, la actividad investigadora se ha centrado en facilitar el acceso a la información para posibilitar una mayor integración. Un inmigrante joven de una ciudad europea, por ejemplo, podría no estar al tanto de que en su mismo barrio se ofrecen clases gratuitas del idioma del lugar. También se ha estudiado la cuestión de la integración en la vida local. El fenómeno de la formación de ghettos se aprecia en numerosas ciudades. En este sentido, los investigadores han tratado de comprender la mejor forma de reconocer este reto y brindar apoyo a las autoridades.

La integración interétnica es fundamental para que las ciudades puedan aprovechar al máximo sus recursos humanos y todos los ciudadanos puedan disfrutar de un acceso igualitario a todas las oportunidades. Cada vez son más las ciudades europeas cuya población cobra conciencia de que se necesitan políticas de integración coherentes y a largo plazo que protejan su viabilidad como comunidades, así como la calidad de vida de los residentes.

En muchas ciudades asiáticas, que a menudo tienden a ser compactas, la única forma viable de desplazarse es el transporte público, que además es menos nocivo para el medio ambiente. En las ciudades dispersas, como Denver y Atlanta, la movilidad supone un consumo de energía cinco o seis veces más alto. Queda de manifiesto la relación directa que existe entre el consumo energético y la densidad urbana. Vivir en una ciudad compacta y viable significa que su población pueda residir, ir de compras y disfrutar de su tiempo de ocio en un radio de dos o tres kilómetros. Es también una cuestión de actitud. En España, por ejemplo, es habitual que las urbanizaciones contengan una piscina comunitaria, una instalación que en otros países se considera exclusiva de los ricos.

Otro de los aspectos que los investigadores deben tener presente es el legado histórico de cada ciudad. Los edificios y las carreteras, cuyo origen en algunos casos se remonta a la época romana, pueden pervivir durante un período increíblemente largo. De ahí que se considere tan indispensable la planificación anticipada, puesto que algo construido hoy puede influir en la planificación durante las décadas venideras. Diseñar hoy una ciudad orientada al futuro exige también anticipar la economía del mañana y formular preguntas pertinentes: ¿Seguirá al alza el comercio internacional? ¿Se impondrá la preferencia por consumir productos locales? ¿Ha alcanzado su apogeo la globalización? ¿En qué se diferenciará el comportamiento de las personas dentro de treinta o cuarenta años?

La Comisión concluyó recientemente un estudio titulado «El mundo en 2025: el surgimiento de Asia y la transición socioecológica». Entre otras cuestiones, este estudio puso de relieve las tendencias hacia el envejecimiento activo y la dinámica territorial. Por un lado, las personas desean jubilarse a edades más tempranas, mientras que por otro también viven más años, un fenómeno que ha hecho cobrar conciencia de que, en muchos países, el Estado será incapaz de seguir manteniendo a los jubilados en las mismas condiciones. Cabe preguntarse por las repercusiones que tendrá el crecimiento poblacional en necesidades básicas como el agua y la energía y por el coste de las mismas. También hay que sopesar de qué manera se están desarrollando las ciudades, las zonas rurales y las conurbaciones.

Todas éstas son preguntas difíciles y sin respuesta sencilla. Pero si algo ha puesto de manifiesto la investigación comunitaria es que hay que abordar con eficacia los retos que plantea el desarrollo urbano. El informe World and European Sustainable Cities ofrece un mapa exhaustivo del camino que tenemos por delante. 6

Fuente: Cordis

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