La presente historia tiene lugar entre las 03:30 y las 23:30
En realidad tiene lugar mucho antes, porque mi cuerpo, mi mente, empieza a preparar un viaje desde mucho antes que salga de casa. Como en una película de intriga, la tensión va creciendo, el sueño se vuelve inquieto, el cerebro no para de comprobar una y otra vez listas de cosas que ya ha comprobado mil veces. El archivo que reside en mi escritorio, y que contiene los datos de los vuelos, me llama poderosamente la atención, como si mis ojos tuvieran que comprobar una y otra vez que sigue ahí, que ninguna mano invisible lo ha borrado. Y lo abro, y lo leo, y compruebo que efectivamente las fechas corresponden con la feria, y lo cierro. Y lo vuelvo a mirar. Y a abrir. Y a cerrar. Nada cambia, nada sucede, y creo que es precisamente eso lo que me hace tener esta ansiedad.
Si ocurriera algo, que el archivo desapareciese, o si de repente me diera cuenta que las fechas están equivocadas, sería completamente distinto. Por fin podría pasar a la acción, movilizarme para intentar corregir el error. Siempre he preferido la acción a la resignación.
Letanía de la cama
Sin embargo, el tiempo sigue fluyendo con su parsimonioso escurrir. Unas veces tanto y otras tan poco. Supongo que el tiempo nunca ha conseguido tomarse en serio a si mismo, y por eso tiene la estúpida manía de llevarnos la contraria. Sólo por fastidiar. Si se diera cuenta de lo importante que es su función, seguro que aceleraría cuando hay prisa y contaría hasta cien cuando quisiéramos degustar el minuto. Pero como es un niño, que siempre se tiene a todo él mismo por delante, pues le gusta llevar la contraria.
El avión ha despegado de Madrid a las 5:45 de la mañana, así que si había que estar una hora antes (es decir, las 4:45) habría que salir de casa tres cuartos de hora antes (las 4:00 a.m.). Así que mi despertador debería sonar a las 3:30. ¡Qué diferentes parecen las horas cuando se descuentan!
Otra de las cosas de las que he tomado conciencia desde ayer, es que el tiempo y el sueño tienen algún tipo de formación en común. Da igual la necesidad que tengas. Si le llamas, no viene. ¿No es el mismo tipo de niño caprichoso? Sólo por llevar la contraria. Cuantas más ganas tienes de seguir y disfrutar, más fuerte te golpea para que te rindas. Pero si tienes prisa por subir a su coche, descuida que esa noche no pasará.
Disculpa estas disquisiciones un tanto erráticas, pero son palabras propias de un insomne cansado.
Sin sueño y con la tensión del dormirme -tengo que decirlo: no sabía que mi reloj marcara esas horas- no sólo me acosté tarde, pasadas las once y media, sino que me desperté, yo sí, como un reloj, cada hora, pensando que me había dormido. Miento. A las doce y media no me había dormido, pero había dado una vuelta por minuto en la cama. A la una y media encendí la luz porque ya estaba desorientado y no sabía si habían pasado diez minutos o cinco horas. A las dos y media me volví a despertar y empecé a barruntar que era absurdo dar por supuesto que el avión salía de la T4, y que en cuanto me levantara me iba a hacer una búsqueda en Google para confirmar de dónde salía. ¿No es maravilloso que en dos hojas rellenas de datos, recomendaciones, avisos, prohibiciones, promociones, y demás, no hayan encontrado un cuadradito para poner a qué terminal dirigirte (ya no pido que indiquen los mostradores, hasta ahí podríamos llegar)? Así que una y otra vez me repetía a mi mismo: en cuanto me levante miro en Google. En cuando me levante miro en Google. Que no se me olvide mirarlo en Google… ya me lo digo yo: del género tonto. Pero España y yo somos así.
Al final, harto de repetirme lo mismo una y otra vez, vuelvo a dar la luz. Miro el despertador. Las cuatro menos diez ¡No es posible! ¿Tantas vueltas a la cama y al final no escucho la melodía? Tremendo: había puesto el despertador a las cuatro, a la hora a la que esperaba el taxi.
Un aeropuerto de madrugada
Sinceramente, siempre pensé que los aeropuertos no dormían. En mi cabeza -que está como una carraca- desde la más oscura noche, abres la puerta para entrar en el aeropuerto y aquello bulle en actividad. Comercios, cafeterías, todos perfectamente engranados para atender al flujo constante de viajeros ávidos de un último gasto, un último capricho, un último regalo.
¿Quieres saber qué significa la frase: estar en el lugar equivocado a la hora equivocada? Vete a un aeropuerto a las cinco de la mañana. No sólo eso, volverás a creer en los fantasmas. Porque vagabundeamos por los pasillos con los hombros caídos, los pies arrastras, la mirada hundida. Sobre filas de cinco asientos (¿tu sabes lo incómodo que es?) cuerpos inermes abandonados, vencidos, humillados, indiferentes a la propia imagen, indiferentes al prójimo, sólo un grito silencioso nos reúne a todos: ¡quiero dormir! Expatriados que miran los escaparates como si formaran parte de un documental del National Geographic. De verdad, llegar allí y verlo todo cerrado hace que se te caiga el alma a los pies (suponiendo que no se quedara durmiendo, claro, que para eso es incorpórea).
En resumen: ir a un aeropuerto de madrugada es una equivocación y que tu avión salga a las cinco sólo puede ser un error.
Mientras facturo, una joven le chilla a mi agente facturador: «¡Romeo! ¡Romeo!» -de verdad que se llama así. «Han llamado de cabina. El avión está estropeado, lo están revisando y que llevará retraso. Una hora minimo«. Mi cara de estupor chocó contra el mostrador. A esa azafata le suspendieron en discreción. Con mis mejores modales le digo a mi Romeo: Oye, que no es lo mismo una hora de retraso a las 11 de la mañana que a las cinco… que es mucho tiempo para estar en una sala de embarque…
Me mira consoladoramente (ya se que suena mal que alguien que se llama Romeo te mire con cara de consolador, pero ¡es que a esas horas no tengo fuerzas para negarme!) y me dice: «pues los aviones son nuevos, así que es raro que se estropeen. A ver si hay suerte y lo reparan a tiempo.«
No puedo reproducir aquí la frase que utilicé para describirme a mi mismo la situación, pero a poco que te hagas cargo, seguro que la clavas. No, eso no se lo dije a Romeo.
La cola de la sala de embarque
La indescriptible descripción de pasajeros buscando una triste -como todo a esas horas- máquina de café y descubriendo que no hay ni una ¡ni una! hace innecesario recrearse en la épica de la convocatoria a la cola de embarque. Pero vamos a París, así que hay mucho francés (dicho sea sin tono fóbico) Delante de mi hay uno con aspecto -literal- de mosquetero. Pelo largo, raya en medio, y perilla. ¡Qué valor! Y detrás mio hay uno que no para de dar la brasa a una chica y que lleva modelazo: jersey rosa y botines. Mu-y-mo-no. Pero que mucho. Ah, y un pelo que seguro que se peina con cepillo, porque con un peine no queda tan bien puesto. Es que lo llevaba per-fec-to ¡y a esas horas! Cepillo fijo. Y seguro que se da mascarilla capilar. Cuando llevamos un rato en la cola, sale y se dirige a la cabeza, como para ver por qué tardan tanto. Como, a la hora de la verdad, no puede hacer nada, vuelve y sigue dando la pelma a la chica. Hijo, de verdad, qué contenta estará tu madre de que te hayas ido unos días a España y qué pena debe tener que vuelvas.
Cuando ya la cola se mueve, empiezo a oir detrás de mi: nuar, gusch, nuar… me giro y es el pedorro del jersey rosa (lo siento, ya no aguanto tanta metrosexualidad) con su «braintraining» y su nintendo DS blanca ¡haciéndolo en la cola de embarque! Que me muerda un Lacoste ahora mismo si miento.
Ha tenido suerte de que en realidad no estábamos en una película francesa, porque si hubiera sido así, me hubiera tocado el papel de girarme y darle un puñetazo en la nariz. Espero que entendáis que a veces es necesaria un poco de violencia innecesaria.
Cuando paso el embarque me vuelvo a encontrar con mi Romeo punteando la lista de pasajeros. Así que le pregunto: ¿Han arreglado el avión? (porque la verdad, me temía que nos subieran para tenernos esperando una hora hasta despegar, que parece que últimamente le han cogido el gusto a lo del ganado). Y me responde con su encantadora sonrisa (lo siento, pero Romeo sólo sabe sonreir de forma encantadora): Han cambiado el avión, así que el que se va a retrasar es el de los otros (creo que iban a Eindhoven -pobretes).
Vuelo y aterrizaje
El vuelo ha tenido los ingredientes propios de un avión fantasma, lleno de gente sin ganas de hablar, de moverse y comportándose como si la sombra de nuestros pecados nos persiguiera en la huida. Tan cercanos estaban nuestros sentimientos al infierno, que cada vez que se nos pegaban las pestañas, una alegre voz pregrabada nos despertaba anunciándonos un concurso. Guerra sicológica. Creo nuestro grupo formaba parte de algún experimento sobre privación de sueño.
¿Has pensado alguna vez que los aviones los diseñan gente de corta estatura? Si no es así, es inexplicable la ubicación de las ventanas, que obligan a casi todos a incrustar el cuello entre los homoplatos y el esternón (no,no te pido que identifiques qué huesos son, da por buena la metáfora y sigue leyendo) para poder atisbar lo que ocurre. Tienen que ser bajitos porque sólo ellos podrían ignorar qué postura hay que adoptar cuando te levantas y esperas junto a la ventanilla. No es posible que un ser humano de estatura normal haya estado haciendo la prueba de usabilidad (esperar a que se desaloje el avión en esa postura) y haya salido ileso.
Finalmente, vi amanecer por la ventanilla que estaba al otro lado del pasillo. Unos colores absurdos -por intensos- que sólo un aficionado se atrevería a usar. Si alguien pintara con esos colores, nadie compraría el cuadro. Maravilloso. ¿Y la sensación de estarte deslizando entre las capas del pañal que le pusieron a la tierra (para recoger toda la caquita que generamos, supongo)? Estratos casi infinitos de algodones vaporosos que hacen que parezca que el avión patine más que vuele. No me hagas caso, son el tipo de cosas que se le ocurren a alguien en este estado de vigilia.
Hemos tenido el aire de cola (que no es lo mismo que invertir los términos) y hemos llegado aún más de madrugada a París. Ya sabes que lo de París es una metáfora para que parezca asumible que te dejen allí con el pretexto del coste. En realidad estamos a 100 kilómetros de la ciudad, y siendo lunes a las siete de la mañana, el tema promete… y no defrauda. Casi dos horas en un autobús en el que trasladan nuestros cuerpos (a esas horas ya no se cree en el alma). Pero es definitivamente de día, así que ya no se duerme. Y llueve. ¿Podrían olvidarse los detalles de un día que ha comenzado así? ¿Verdad que no?
Con en el avión abandonado en el aeropuerto de juguete donde lo dejamos, se ha quedado la tripulación (junto con Inka, la otra azafata) y los últimos vestigios de español hablado , así que a partir de aquí empiezan unos días de autismo e introspección de los que seguramente ya has oído hablar.
Primeros pasos en París
Cuando me estoy mareando entre el sueño, el atasco, el hambre -que hasta ahora no la había mentado, pero de madrugada serrana el cuerpo sintentiza cien veces más rápido todo lo que le eches, así que siempre tienes hambre- la desorientación… el autobús ha llegado a destino. Nada menos que al Palacio de congresos, donde vi a Jobs dar una keynote (en ese momento nadie sabía que iba a ser la última hasta la fecha en París, y por lo tanto no pusimos la atención que se pone cuando sabes que estás en un momento histórico). Pasé muy buenos y muy malos momentos aquel año, que han dejado huellas imborrables que recuerdo a menudo (unas veces me rio y otras no).
En el autobús he localizado dónde voy y dónde estoy. Efectivamente, el metro de París sigue atemorizándome. He visto que hay un autobús (PC1) que conecta ambos puntos, y me doy cuenta de que prefiero aprovechar el tiempo para ver la ciudad en vez de meterme otra vez en este laberinto de estaciones y trenes. Me doy media vuelta y me encuentro con las Boutiques del Palais du Congress. Una boulangerie y la decisión está tomada. Desayuno antes de meterme en la aventura.
Después de dudar entre las decenas de variedades, señalo el elegido, pido un cafeolé y me siento a degustar un buen café y un buen bollo. Por lo que pueda venir.
Vuelvo a subir a la superficie. Ha parado de llover. Pero el viento deja claro que sólo es una tregua. A la vista no hay ninguna señal de autobús. Pero pienso: es una plaza, sólo tengo que ponerme a dar la vuelta y acabaré encontrando alguna parada. La hay. Pero en dirección contraria. Sigo andando. Pasos de cebra, coches en todas direcciones y poca gente en la calle. Montones de anuncios de espectáculos en teatros. Casi todos humoristas monologuistas. ¡Y yo que pensaba que en España estábamos sobrados! Finalmente me paro al lado de la ventanilla de un conductor de autobús, le enseño el mapa, apunto con el dedo y me mira atónito. Finalmente se baja del autobús y se va al mapa que hay en la parada. Señala con el dedo al otro lado de la plaza (¡cómo no!), murmuro megsivocú y me vuelvo a poner en marcha.
Por la ciudad hay dos formas de llevar la maleta. Una es la de «carrito de la compra» que parece que vas a pararte en una esquina y empezar a vender CDs pirata. Y la otra, la mía. Tengo una maleta de esas que se desenrolla una correa y vas tirando de ella. Pero lo importante es la actitud. Yo la llevo como si estuviera paseando al perro, mirando al frente con la barbilla más bien alta y sin hacerle caso, como si el que sea una maleta en vez de un perro se trate de un simple despiste o una cuestión de matiz. Tengo que reconocer que me sigue fielmente, sube y baja bordillos con elegancia, y rara vez me detiene. En nuestra relación, si se desequilibra y trastabilla, es el equivalente a querer pararse en un árbol. Me detengo, la miro, se endereza y seguimos. ¿No es lo más parecido que habéis oído a la mascota perfecta? Llevarla así te aporta algo importante: dignidad (aunque estés perdido). Puedes caminar como si supieras a dónde vas. Al menos eso me parece a mi. Yo me paseo con una especie de beagle (por su tamaño, claro) aunque tengo otras para viajes largos que son dogos (y pesan como vacas).
Mientras os contaba esto de la maleta, he llegado a la esquina y, sorpresa, en los dos lados de la calle (direcciones opuestas) pone la misma dirección. ¡Qué divertidos son estos parisinos! Me quedo en la que me parece más probable y cuando llega el bus le pregunto al conductor con mi voz más gallina ¿pogtdeversai?. Él me mira como pensando que es una pregunta trampa, pero finalmente reacciona y me dice que si. Arriba con el campamento. Le digo, frotando el dedo índice y el pulgar, cuánto cuesta el billete. No lo sabe. Tiene que sacar el billete para poder mirarlo (todo el mundo tiene abono). Pago y me instalo (con mi perro sentado a mis piés, claro).
El autobús acaba en un punto (deduzco, porque se baja todo el mundo) y yo hago lo propio, pero bajándome por el lado del conductor, para volver a preguntarle ¿pogtdeversai?. Él señala delante y dice «wi, pogtdeversai» y yo le respondo «¿memticket?», «oui», responde él. Así son mis conversaciones en París, sintéticas y al grano, que no doy para más. Resulta que el autobús llega hasta donde empieza el tranvía. Ese que tuvo París levantado y trastornado por lo menos tres años. Y efectivamente, todo el mundo se ha puesto en un lado, pero el tranvía que viene es el del otro, así que carreras para subirse.
Tres paradas más, y he llegado a la feria. Prueba superada. Mañana, más.
Soy 100 % Maquero.
Pero lo tuyo, muchacho, me parece Exagerado.
Comencé por el principio de tu carta y ya me tensioné de leer lo mucho que repites tus acciones: revisar listas de cosas, fechas de vuelo… como si tuvieras Síndrome Obsesivo Compulsivo.
Esa enfermedad es común y se corrige con medicación.
Lo siento, es lo primero que me provocó la lectura inicial de tu carta y ya no pude continuar.
Paz para la próxima Expo.
.. y luego maquero. menos mal.
primero comentar que me estoy haciendo un asiduo a tus cartas sobre viajes…la del año pasado no tiene desperdicio.
tranquilo, eso de controlar 14 veces las fechas, poner mal el despertador, no dormirte hasta que ha sonado y lo has apagado…nos ha pasado a todos.
otra cosa, me encanta la esencialidad de tu francés, y parece que por fin has sido capaz de llegar al hotel solo, sin ayuda…
un saludo, ya espero esas fantabulosas crónicas.
salute.
No sé si decirle que hay un tren que sale de Hendaya (pegadito a la frontera) y te lleva durmiendo hasta París…
Chico, Alf, ¡qué gustazo!.
Me he vuelto a reir contigo y a engancharme a tu relato subjetivo, es delicioso.
Y bueno, el lunes me toca a mí «disfrutar» tu misma experiencia, me voy a París también.
Hola, yo tampoco he podido leer más allá del aeropuerto… seguramente es culpa mia por creer que el articulo trataba de la Mac-Expo de Paris, en lugar de una novela con trasfondo MAC.
No os tomeis esto como una critica, solo es una opinión.
Hola.
Realmente me ha encantado el relato. Es muy ameno y con un humor muy fino. No todo van a ser Mhz, Tb, RAM, etc…
Muchas gracias por un rato muy agradable.