Apple Expo París 2006: Cartas desde París, I

ALF_portrait.jpgLos tiempos modernos, con toda su velocidad y eficacia, cada vez me descolocan más. Ahora viajo por el mundo (bueno, por mi pequeño mundo) con papeles impresos por mi que resumen en un código la diferencia entre la pesadilla y la gloria.

Para este viaje compré los billetes hace casi dos meses, simplemente apostando a que, si había que cancelar, sería más barato que si esperaba a confirmar que tenía que viajar. Tremendo relativismo de nuestra concepción actual del dinero.

Durante todo este tiempo, he tenido en mi escritorio la hoja impresa, y el correo de confirmación abierto siempre en segundo plano, para estar seguro (es un decir) de que la fecha de reserva era correcta. Y es que todo este nuevo sistema virtual me provoca una gran inseguridad. Supongo que son problemas de adaptación al nuevo mundo, y que los niños sólo conocerán ésto, así que mirarán, como yo miraba a mi abuelo, cuando hable de los tiempos en que los viajes se planificaban sentándote delante de un señor que te decía dónde ibas a ir porque él había estado.

Así que ahora los viajes se inician con una cantidad indeterminada de papeles impresos por uno mismo que son la «fe de vida» de que uno ha reservado y pagado sus derechos de traslado y estancia.

Aún con todo, tengo que reconocer que nunca me han fallado. Siempre he llegado con mi papel impreso y ha salido premio, un billete para el destino que quería ¡qué maravilla!

He de hacer otra pequeña confesión que delata que se abre bajo mis propios piés el insondable abismo generacional: la T4 me hace añorar -y apreciar con todo mi cariño- aeropuertos como el de Zaragoza, donde te sientes un ser humano, con edificio a la medida del ser humano y donde te parece que -por supuesto- sólo caben fallos humanos. La T4 me deshumaniza nada más llegar a sus monolíticos párquines. Dejo de ser la medida de las cosas, y me convierto en una hormiga buscando asilo temporal. Está hecha a la medida de los aviones, supongo. O de algún tipo de máquina que cuando menos lo esperemos despertará, y lo que pensábamos que eran hangares, resultarán partes de una enorme criatura que va a usar la T4 para que aterricen y despeguen las desmesuradas criaturas de su planeta.

En la novísima terminal del aeropuerto de Barajas, no puedes estar tranquilo, a no ser que te vayas, como a los grandes almacenes, a pasar el día. O la noche. Que depende de cuándo salga tu avión. Pero si vas como vamos los de la generación que vió el NO-DO (no los que lo protagonizaron, que esos ya casi ni vuelan, sino los que lo veíamos sin tener ni idea de qué nos hablaban), nunca tienes tiempo para «entretenerte». Si quieres entretenerte tienes que ir con seis horas de adelanto. Porque si vas con lo que aprendimos todos con los cursos de inglés en Inglaterra, que a vuelos internacionales se va con dos horas de adelanto, corres el peligro de perder el vuelo.

Porque antes (y quiero decir «antiguamente») tus problemas eran facturar. Tenías que ir con tiempo para que pudieran meter el equipaje en la bodega del avión. Pero si facturabas con tiempo, eras libre. Podías mariposear por el aeropuerto todo el tiempo que quisieras hasta que estuvieran a punto de retirar la escalerilla -si eres de los que disfrutan con las emociones fuertes y el odio de la tripulación.

Pero ahora facturas, y eso es sólo la primera parte. Tienes que atravesar los controles, pasar por los detectores y reconstruirte al otro lado de los rayos x, para poder salir corriendo a averiguar qué puerta de embarque te ha tocado en suerte… y a qué distancia está.

Yo hoy he tenido suerte, y la mía marcaba que estaba sólo a 10 minutos andando. Pero me han contado escenas de pánico de estar a 20 minutos (estimados por un cartel de la pared, o sea, que no sabes si el que te lo dice usó botas de siete leguas o era una ancianita con bastón) porque lo de 20 minutos a secas, tiene cierta guasa. ¿Han cronometrado la parada a tomar café, la evacuación de aguas menores -por seguridad y porque de casa se sale hecho, que luego esos servicios del avión a saber cómo están- y los 30 segundos de media de desorientación hasta comprender qué te dice la señal? ¿O los ha contado uno que ya sabía que esa puerta está lejísimos y que no puede pararse a nada porque como lo haga pierde el vuelo?

En fin, que 10 minutos para mi puerta de embarque. Así que, como previsoramente me he acordado de echar el libro, decido que prefiero esperar in situ y ya me quito esa inquietud de encima.

Mientras camino por esas enormes naves donde cada tornillo es del tamaño de mi pierna, observo a las gentes felices que están en los bares y tiendas dispuestas a lo largo del periplo, y pienso «un día me tengo que venir con tiempo de verdad, para estar aquí feliz, riendo y mostrando a todos que no tengo prisa, que lo tengo todo controlado y que todos me miren y vean que soy un hombre de mundo, porque puedo venirme al aeropuerto y pasármelo bien aunque sea en una tienda de refrescos delante de mi puerta de embarque». Pero luego se acaban los puestos, y las tiendas, y los refrescos y pienso… «¿Seguro que habrá algún día que no tenga nada que hacer, pero nada nada, nada de verdad, como para venir a disfrutar de una larga espera a una puerta de embarque?» y me doy cuenta de que no es probable que haga eso nunca, aunque me gustaría que todos me miraran y pensaran: mira, ahí va un hombre con tablas, que sabe estar en un aeropuerto con la misma comodidad que si estuviera en su hotel».

Finalmente, he llegado a mi puerta, y las bancadas donde nos sentamos a esperar no hacen más que aumentar la sensación de carne industrial que debemos tener bajo la atenta mirada de ese extraterrestre que algún día despertará para conquistar el mundo y que ha decidido empezar por la T4, camuflándose como parte de la terminal.

Resulta que la empresa que me ha vendido el billete no es ficticia, sino que tiene hasta aviones reales, tangibles. No sólo es un nombre divertido de trabajo de fin de curso de estudiantes de marketing, sino que además han comprado aviones y se llaman «la primera compañía de bajo coste de nueva generación» o algo así. Supongo que la nueva generación se distingue porque el avión tiene pantallas de DVDs que se bajan una vez ha empezado el vuelo, y ponen episodios de Friends y de los Simpsons, y un documental de esos que pensaban que eran exclusivos de Renfe, pero que compruebo que han conseguido ampliar el mercado. Bueno, te ponen eso, muy moderno, pero no te dan auriculares, y si los quieres, te cuestan 1,5 euros (o sea, a mano armada). Tampoco dan revista de la línea de vuelo, tienen diferentes revistas de kiosko. A mi me ha tocado Cinemania, pero al salir he visto que otros tenían Rolling Stone. Vamos, lecturas de nueva generación.

Mi asiento es el último del avión, o sea, una fila más y me siento en la cola y me toca mover los brazos. Pero a cambio nadie más se sienta en mi fila. Como en perpendicular al asiento de delante me cuesta encajar las piernas, me repantingo a lo ancho de dos asientos y me apresto a leer.

Durante el viaje dicen las tonterías de rigor, como que hay que apagar los móviles y que los dispositivos electrónicos son como los móviles, o sea, apagados también. Y yo pienso que en algún momento los móviles dejarán de ser aparatos «nuevos» y empezarán a preparar la tecnología de los aviones para que nada pueda interferir con ella, porque no creo que a estas alturas la seguridad de un avión consista en que alguien no apague su móvil o que yo me quite los auriculares pero el iPod siga funcionando. O sea que es una prohibición mayoritariamente, porque pueden prohibir, y lo del tabaco les debe saber a poco.

La tripulación se dirige a nosotros en español, inglés y francés, y entonces si que me creo que son de nueva generación, porque yo he viajado a Londres desde Madrid con una compañía de antigua generación y nos hablaban en inglés y francés. Así que estaban haciendo una recaudación a beneficio de no se qué buenísima obra, pero como no nos lo dijeron, pues cuando pasaron con el saquito sólo se habían enterado los cuatro gentlemen del avión. Y los asientos de los aviones no son como para ponerte a buscar calderilla en el fondo del vaquero. Así que las azafatas nos miraban con cara de «mira que sois roñicas los españoles» y los españoles les mirábamos con cara de «no sabíamos que en los aviones se pasara el cepillo» -pensábamos que lo de bajo coste lo arreglarían de otra forma. Así que tres hurras por la tripulacioning, que nos ha permitido enterarnos de por qué llevábamos tres cuartos de hora de retraso, cuándo empezábamos a descender y qué temperatura hace en París -josú, 30 grados.

9 Comments

  1. Anónimo

    Puro arte, mola.

    Pero lo de la colecta para no se qué, ha sido una putada oirlo, yo pago para que me den un servicio normal, no exijo, pero me toca las narices eso de la colecta sobremanera.

    Yo no pido, que no me pidan.

  2. Anónimo

    La colecta es para completar el sueldo de los empleados, que asi estan las cosas. El consumidor gana en precio y los empleados pierden en sueldo… la empresa se queda tal cual porque compensa una cosa con otra.

    Hay ya varias Asociaciones que Empleados pidiendo que se instaure la «propina» y el «bote». Todas a una, y sin reservas, abogemos por esta buena idea.

  3. Anónimo

    jejejejejejejejeje………
    magnífico, esa mismísima sensación me causó la T4. Inmenso, gigante, enorme y yo pequeñito, solito, apurao y sin saber pá dónde coger…. y te meten en un tren…, dios! ….me equivoqué, necesito un avión!.

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