El profesor

Harry.

-¡Gaznápiros! -dijo el Profesor-. Treses, doses, unos y ceros… ¿Es eso todo lo que habéis aprendido en el último trimestre?

Yo tenía uno de los ceros. Eso seguro. Lo que no me podía creer era que Chobi, el número uno de la clase, tuviera sólo un tres. ¿O tendría un dos?

El examen había sido injusto. El Profesor se quejaba de que hablábamos mucho en clase, y había dicho que de todos modos entraban los cinco últimos temas para la evaluación final, aunque no hubiese dado tiempo a verlos. Que los estudiásemos por nuestra cuenta. La mayoría de las preguntas era de esos temas. Y el examen, sorpresa.

Traté de explicárselo a mi padre. Estábamos en la cocina y él sudaba aunque hacía frío. Siempre se ponía muy nervioso con las malas notas. Pensaba que era un mal padre y que no hacía lo suficiente por sus hijos.

-Papá, no te preocupes. Es el sistema -le dije-. Deja de torturarte. El Profesor nos tiene manía a los de mi clase porque es un reprimido.

Al día siguiente, mi padre me llevó a pescar. No es ninguna tontería. Mi padre sólo me llevaba a pescar cuando la cosa se pone difícil. Mi madre lo llama “padrepausa”. Da igual, olvidémoslo.

-Siempre he querido que mis hijos tuvieran lo mejor, y he pensado que la única manera era allanar yo mismo el camino. Después de los años, me doy por vencido. Hijo, tienes que hacerlo tú mismo. Tienes que abrirte paso en esta vida injusta y ser más fuerte que los demás.

-Padre -le dije-, lo único que quiero es que estés orgulloso de mí. Haré todo lo posible por sacar menos ceros. ¿Cuántos ceros crees que puedo sacar para que estés orgulloso de mí?

Mi padre se puso bastante nervioso, aunque yo bromeaba.

-No sé si te lo he explicado bien. Para ser más fuerte que los demás, no puedes sacar ningún cero. No hace falta -dijo casi deletreando- que seas el mejor de la clase. Basta con que seas el mejor en algo en la vida. Que nadie pueda reemplazarte en lo que sabes hacer bien.

-Yo sé cocinar -dije.

-¿Sabes cocinar? ¿De verdad? Nunca te he visto cocinar.

-No. Lo vi en un programa de televisión -mi padre se puso algo cabizbajo-. Pero sí sé hacer la puñeta -dije-. Ya verás.

Y le empujé al agua.

-¿Has visto?

Y empecé a darle con un remo.

-Lo hago bien, ¿a que sí?

Le golpeé algo más, hasta que empezó a sangrar, y entonces le recogí y le puse de nuevo en la barca. Le até las manos y los pies con hilo de pescar.

Cuando despertó, después de hacerse a la idea de lo que estaba sucediendo, dijo:

-Sí que sabes hacer bien la puñeta, ja, ja… -risa nerviosa típica de persona que sabe que va a ser asesinada y su cuerpo ocultado en algún sitio fresco y oscuro, como una barrica de bourgogne.

Nuestro padre hacía manzanas asadas todos los miércoles de ceniza. A mi hermano no le gustaban y yo las odiaba a muerte. Con cinco años, las enterraba bien profundo en una boñiga de vaca. Con doce, las ponía delicadamente en la basura del escritorio. Con quince, rellené una de alcohol de quemar y por fin se acabaron las malditas manzanas asadas. Fue por eso que ingresé en el colegio especial. Bueno, por eso y puede que por la inexplicable desaparición de mi tía abuela, que era toda una experta repostera y especialista en manzanas asadas.

-Padre. Vamos a ir a un burger que conozco yo. Primero te van a dar con una piedra, sin desgarrar el músculo, para luego ponerte a macerar y después cortarte en lonchitas. Unos señores con mucho dinero y hambre insaciable te digerirán cachito a cachito y luego te cagarán -aproveché el final de la frase para darle otra vez con el remo, porque le estaba entrando una tiritona. A lo mejor era de frío, porque ya casi había anochecido-. Ahora que estás mejor, te voy a contar la verdad, porque eres mi padre. Mi Profesor es antropófago. Vamos, que come hombres. Y también mujeres. Es una persona sencilla, tendrías que hablar con él para darte cuenta. Su única regla es que las cosas se hacen a su manera, y si no, te suspende.

-Hijo -habló él-. Se hace tarde. Tu madre estará esperando con la cena en la mesa y sangro por la cabeza y las muñecas. ¿Acaso quieres decirme algo?

Mi padre estaba sospechosamente tranquilo. A lo mejor la sangre ya no le llegaba bien al cerebro. Le di otro buen garrotazo con el remo, a ver si se arreglaba, y empezó a sangrar por la boca y la nariz.

-No te preocupes. Es sólo una hemorragia -le alenté-. En seguida vamos a un sitio para que te hagan filetes. No te creas que soy un violento, ¿eh? Es que estaba harto de manzanas asadas y también harto de ti. Pero era una broma. Ahora mismo nos vamos a cenar. De verdad, ¿eh? No te desmayes, que te lleva tu tía a cuestas.

Y esa fue la última vez que golpeé a mi padre con un remo. Sé que se lo hice pasar mal y que pensó que iba a ser devorado por mi Profesor pero, como le dije a mi padre, la culpa es del sistema.

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