En el mundo del software, desde las aplicaciones para sistemas operativos de escritorio a las apps para móvil ocurre lo mismo. Y prácticamente en cada uno de los aspectos en los que ha entrado la tecnología como una revolución. Donde antes había una diferencia notable entre ambos extremos ahora hay puentes que se cruzan con facilidad y hacen cada vez más difícil saber si estás en el punto A o B de esta escala.
Se supone que la tecnología a nivel de creación precisamente es para eso: para permitirnos realizar tareas que requerían un alto nivel de artesanía de forma uniforme y con un alto nivel de calidad para que sea no sólo más rápido crear, sino que el diseño final sea más uniforme. Sin embargo, con estas herramientas al alcance de todos, no hemos conseguido elevar el nivel de excelencia tal como auguraban (o más bien, nos vendían) los desarrolladores de herramientas, sino que hemos conseguido que la mediocridad sea más pulcra. Pero sigue siendo mediocridad.
Antes de trasladar todas estas herramientas modernas a nuestra vida era fácil descubrir la mediocridad porque la falta de experiencia se evidenciaba en el “producto” final. La calidad era mala y los fallos saltaban a la vista. Además, en el mundo del artesano, conforme se aprenden y se pulen los métodos de fabricación, se aprendían otras muchas cosas por el camino que convertían los productos finales en algo con un carácter y una personalidad que ahora no existe porque lo que obtenemos de las herramientas son trabajos finales que solo hablan de la propia frialdad de los procesos automatizados de las herramientas (o incluso, el propio exceso del uso de las mismas).
Ahora, salvo para aquel que conoce la forma de trabajo de esas herramientas o tiene un conocimiento de la calidad necesaria para un producto final, todo le parece “excelente” o al menos, “pulcramente realizado”. El problema es que todos esos productos pulcros se cobran a precio de excelencia.
¿Cómo diferenciar entonces entre una mediocridad pulcramente realizada y la excelencia?. Ese es el gran problema y el desconocimiento que tenemos de algunos entornos hace que nuestros ojos (y oídos) nos engañen con mucha frecuencia ya que entre ambos extremos hay una inmensa escala de grises.
¿Es justo entonces el precio que pagamos?
Yo creo que es un camino inevitable. Cuando se ponen herramientas que fueron punteras o que simplifican trabajos punteros en manos de la masa ocurren estas cosas: Los filtros Alien Skin de Photoshop, las voces Melodyne en la música, los Smartphone Android, los deportivos Hyundai Coupe… Pero también creo que cuando algo es realmente excelente, de una u otra manera, se las arregla para elevar la cabeza sobre la mediocridad. 😉
No tine nada que ver con la justicia del precio. Es simple oferta y demanda.
[quote]Sin embargo, con estas herramientas al alcance de todos, no hemos conseguido elevar el nivel de excelencia tal como auguraban (o más bien, nos vendían) los desarrolladores de herramientas, sino que hemos conseguido que la mediocridad sea más pulcra. Pero sigue siendo mediocridad.[/quote] ni la excelencia ni la mediocridad están en las herramientas, están en las personas. Sólo un idiota puede pensar que con una buena herramienta hará un buen trabajo; un buen trabajo solo depende de lo que se tiene entre las orejas, las herramientas tan sólo ayudan o entorpecen llegar al resultado pero poco harán por la calidad de éste.
#3 El problema está cuando las personas controlan medianamente las herramientas y generan productos que nos venden como excelencia. Y nos la cobran como tal.
#3 Totalmente de acuerdo. Esta bueno que exista GarageBand, pero eso no convierte a todos en un Quincy Jones, esta bueno que exista Final Cut, pero no convierte a todo el mundo en un Spielberg. Aunque hay personas que con una interface amigable creen que han obtenido una nueva profesión.
#4 Y todo depende de lo que necesite y cuanto este dispuesto a pagar por ello. Por que si vamos al caso, supongamos se te avería el aire acondicionado, lo envías a reparar y te cobran fortuna por ello. Nunca vas a saber si realmente el arreglo valio lo que te cobraron, tal vez era un cable flojo. Pero necesitabas hacerlo, contabas con el dinero y no podías resolverlo solo. Es entrar un poco en las fauces del capitalismo, y no viene al caso hablar de ello. Por eso, si lo precisas y puedes pagar por ello, no se habla más.