Es culpa mía, lo reconozco. Llevo tantos años acudiendo a tus llamadas, para recomponer las figuras rotas, barrer los destrozos, convencerte de que no se puede hacer nada, de que no te culpes y de que cuando haya otra oportunidad lo harás mejor, que he modelado tu arquitectura mental para que pienses que, efectivamente, no tienes ninguna obligación de llevar el peso de tus acciones.
Cuando te cuento lo que me pasa, no tienes objeción en señalar mis errores o en extender una receta sobre cómo debería haber actuado, lo que tendría que decir o las reacciones que serían aceptables ante una situación concreta.
Y sin embargo, me da la impresión de que cuando llega el momento de aplicarlo a ti, frenas en seco. Pones el freno de mano y abandonas el carro para que llegue yo y lo aparque, pague las multas y tu puedas seguir imparable en lo que crees que es tu camino intachable.
Lo he leído innumerables veces en prensa, escuchado por la radio y visto en televisión. Pedagogos y psicólogos hablando de la sobreprotección, de la ausencia de responsabilidad, de techos de cristal, de la incapacidad de asumir el fracaso y, por lo tanto, de aprender de él. Y una y otra vez, increíblemente, pensaba que se referían a otras personas. Gentes que viven en pueblos vaciados, o con una formación básica, o en trabajos eminentemente físicos.
Ya ves, el mismo espejo que te falta a ti para verte me falta a mi para reflejarme.
Pero hasta aquí hemos llegado. He tenido, como suelen decir, una revelación. Mi obligación es llevar mi cubo de mierda, y con suerte, conseguir sacar más de la que entra, para que el peso no sea insoportable.
Pero a partir de ahora, tu cubo de mierda lo llevarás tu. Podré decirte trucos para que el asa no se te clave en la mano, para que intentes no derramarlo, para que no salpiques, o para que veas que hay partes de esa mierda que ya está seca y la puedes dejar atrás, porque no te aporta nada y es un peso muerto.
Pero si te hace herida, si manchas el suelo, o la ropa, o si se te hace insoportable tener que ir a todas partes siendo consciente de su peso, tu tendrás que curarte, limpiar y lavar… y eventualmente revisar qué hay en el cubo, sacarlo con tus manos y decidir dónde lo dejas.
Es un nuevo contrato el que ofrezco, más equitativo para ambos. Incluye mi apoyo y acompañamiento incondicional durante toda tu/mi vida. Incluye horas infinitas de conversaciones, discusiones incluso, sobre qué hacer, cómo hemos llegado aquí y cómo abordar el futuro.
Pero cuando llegue la hora, yo cogeré mi cubo y tu el tuyo. Tendrás que responsabilizarte de tus relaciones, de tus pertenencias, de tus transgresiones, … de tu futuro. Hacia dónde vas y cómo vas a llegar allí.
Y no te lo diré, pero se que, si es necesario, no me importará acarrear también tu cubo durante un trecho para ayudarte a descansar, aunque tu nunca te ofrezcas a llevar el mio. Supongo que son cosas que vienen con el “yo estaba aquí primero”.
Y ten por seguro que esto no disminuye un ápice mis sentimientos hacia ti, que sigo creyendo que mereces la pena y que tienes todo lo necesario para ser lo que te propongas.
Pero, siento decirlo, para conseguirlo no puedes viajar libre de equipaje. Tienes que dejar de pedirme que yo lleve tu cubo de mierda, precisamente por eso, porque es tuyo.