[Diez días de verano] Sombras

Te cuento algo de mi niñez. Somos una familia numerosa, muchos hermanos. Por supuesto, llegamos todos muy seguidos y rápidamente sobrepasamos la capacidad de cunas y camas que tenía la primera casa de mis padres. 

También atender la necesidad de tanto retoño superó con mucho su capacidad económica, así que pasaron bastantes años antes de que pudiéramos mudarnos (al menos ellos pudieron, algo que hoy en dia es impensable -o está reservado a una élite económica).

Durante ese periodo, todas las noches, había que retirar la mesa del comedor, llevarse las sillas a otra habitación, bajar dos camas empotradas que había en la pared (para los dos mayores) y montar una cama nido que durante el día hacía las funciones de sofá. Por si no lo sabes, se llama cama nido a un sofá que es una cama y que en la parte inferior oculta otra cama, que se saca deslizándola.

Así que, llegando la hora de dormir, el comedor, donde habíamos cenado y visto un poco la televisión, se convertía en un dormitorio comunitario, con camas en paralelo y perpendicular, por el que apenas se podía circular.

Nuestra casa estaba sobre una avenida principal del barrio -aunque hace tantos años que la cantidad de coches que circulaban era absurdamente pequeña cuando se compara con la actualidad.

Por un misterio de la luz, los coches que circulaban por la calle se reflejaban en el techo de nuestra habitación, a través de la persiana mal cerrada (aún hoy cuando pienso en ello no entiendo cómo podría ser).

Puedes imaginarte lo que era esa habitación, con cuatro niños, que no querían dormirse, pero obligados a estar en la cama a oscuras. Cualquier diversión que pudiéramos encontrar era suficiente para resistirnos a dormir nuestras horas.

Así que durante unos minutos, mi hermano y yo jugábamos a dispararnos proyectiles que eran los coches que circulaban en ambos sentidos. Cuando veíamos aparecer una sombra, hacíamos el ruido del disparo, y si iban en dos carriles, disparabas dos veces. Si era un grupo de coches, una ráfaga, y así sucesivamente.

Por supuesto, la cadencia del tránsito era anárquica, lo que quería decir, que a veces había muchos disparos, otras veces sólo disparaba uno, hacia tiempos de silencio (seguramente los semáforos tenían algo que ver con eso). Así que era un juego en el que, inevitablemente uno de los dos se acaba aburriendo y aceptando la inevitabilidad de que había que dormir.

Con todo, fue un ritual, intrascendente si quieres, nocturno que nos unió a mi hermano y a mi durante años.

Tal vez sea por eso que toda mi vida, las sombras me han producido un efecto ensoñador, ciertamente nostálgico, de una belleza que no puedo describir -quiero decir, aparte de su belleza inherente.

Sean plantas, cortinas, personas, su sombra me abstrae y puedo mirarlas durante muchos minutos sin sentir la más mínima urgencia o sensación de pérdida de tiempo. Me dejan sedado, tranquilo, en paz. Como ese niño en la cama que mira al techo deseando que la próxima sombra sea el misil que le envía a su hermano.

Y tu ¿tienes algún recuerdo de la infancia que se te haya asentado en tu inconsciente y que siempre te relaje?

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Alf

Propietario de www.faq-mac.com.

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Miguel Ricarte
1 year ago

Mirar de muy cerca el granito del suelo de la que fué casa de mis padres.
Por las mañanas, cuando el Sol le daba vida a esos minerales brillantes.

No se trata de en qué me apoyo para llegar a un estado delicioso interior (porque tengo más métodos/ayudas) sino de lo bien que se siente uno viviendo desde la autenticidad de uno mismo.

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