Ingenieros estadounidenses han descubierto un modo de usar una forma de vida antiquísima para crear una novedosa tecnología para extraer la energía del sol. El resultado es un sistema muy simple en comparación con las células solares basadas en el silicio que priman hoy por hoy. El secreto son las diatomeas.
Las diatomeas son organismos fotosintetizadores que viven en agua dulce o marina. Constituyen una parte muy importante del fitoplancton y uno de sus rasgos más peculiares es la presencia de una cubierta de dióxido de silicio hidratado llamado frústulo.
Son muy importantes para la cadena alimenticia marina y tienen su función en el ciclo del dióxido de carbono de la atmósfera. Recientemente, sus caparazones diminutos han atraído la atención de la comunidad científica para crear nanoestructuras. En este caso, la naturaleza es la “ingeniera” y, gracias a ella, se están encontrando modos de fabricar materiales más avanzados y baratos.
Estas pequeñas formas marinas unicelulares han existido desde hace por lo menos 100 millones de años y son la base de muchas de las formas de vida que pueblan los océanos. Esa cubierta o concha rígida puede ser usada para crear orden de un modo natural a nivel nanotecnológico.
Usando la biología en lugar de semiconductores convencionales, los investigadores de la OSU han creado un nuevo tinte para las células solares, gracias al cual los fotones rebotan como si estuvieran en un pinball, se adhieren a ese tinte y produce energía. Según sus creadores, esta tecnología puede ser un poco más cara que otras utilizadas para hacer células solares sensibilizadas por colorante, pero potencialmente es capaz de generar el triple de energía eléctrica.
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