Un insecto ha conseguido mover un robot desde su propio cerebro. El cómo fue explicado a principios de noviembre en el encuentro anual de la Society of Neuroscience: electrodos implantados en el cerebro de una polilla recogieron las señales de sus neuronas y las llevaron hasta un robot, donde fueron decodificadas para producir el movimiento de la máquina. El experimento se encuadra en el objetivo de conocer cada vez mejor el funcionamiento del cerebro para aplicaciones en el campo de la robótica, entre otros.
Investigadores de la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, han conseguido crear un robot cuyos movimientos son dirigidos por el cerebro de una simple polilla, según publica la propia universidad en un comunicado.
El invento fue presentado a principios de noviembre en el encuentro anual en San Diego de la Society for Neuroscience norteamericana, una cita en la que, cada año, se muestran los últimos avances científicos en el estudio de la arquitectura cerebral, así como las aplicaciones de estos conocimientos en el diseño de novedosas máquinas. Alrededor de 31.000 asistentes de todo el mundo acuden anualmente a esta cita para presentar y poner en común sus ideas y hallazgos.
El robot conducido por una polilla ha sido creado por Charles M. Higgins, un profesor asociado de ingeniería computacional, y el alumno de doctorado Timothy Melano, ambos de la Universidad de Arizona. Su invento fue presentado en dicho encuentro, en el que además esbozaron la mecánica subyacente a los movimientos del robot.
Señales neuronales decodificadas
El dispositivo se mueve guiado por un fino electrodo que se implantó en el cerebro de la polilla, específicamente en una neurona única que es la responsable de mantener estable la visión de la polilla durante el vuelo.
La neurona transmite señales eléctricas que se amplifican al alcanzar la base del robot y, a través de una fórmula matemática, allí son decodificadas, transformándolas en acción motora y provocando que el robot se mueva.
La polilla permanece inmovilizada dentro de un tubo de plástico situado encima del robot con ruedas, que mide unos 15 centímetros. Para conseguir que el cerebro de la polilla imite la actividad que tiene durante el vuelo, Higgins y su equipo colocaron al insecto dentro de su aparato y sobre una plataforma circular rodeada por una pared giratoria de 35 centímetros de altura y pintada con rayas verticales. La neurona de la polilla reacciona al movimiento de dichas rayas y el proceso de su cerebro se activa, generando las señales necesarias para que el robot se mueva.
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