Y amaneció el sabbath, gris y lluvioso, amenazando con dificultar el acceso y recluirnos en la torre del homenaje de aquel castillo convertido por las desventuras de la veleidosa fortuna en masía campesina, pero honrada, de cristianos viejos que a legua sabían distinguir herejes y defender la verdadera fe.
No resultó un buen augurio (aunque luego quedó en una falsa alarma) que nuestra vetusta cámara sufriera un enloquecimiento repentino y se negara a seguir prestando sus esporádicos y mediocres servicios. Como la diligencia es virtud de desesperados, prestos acudimos a la tienda más próxima do nos surtimos de dos ejemplares de cámaras digitales que, en su simplicidad, bastaron a compensar la reconocida incompetencia de Antonio Duarte manejando cualquier objeto mecánico de no importa qué naturaleza.
Carles Navalpotro y su nunca bien ponderada dama, Montserrat, nos recogieron en una alfombra persa que nos trasladó por los aires cada vez más puros y límpidos hasta las afueras de Taradell; aprovechamos la travesía para depositar en sus manos algunos recuerdos gustosos de su paso por Murcia, que esperamos disfruten con el mayor deleite, como muestra, humilde y en nada correspondiente a su munificencia, de nuestro agradecimiento.
Nos adelantamos al resto por breves instantes (sin duda, nuestro aéreo transporte tuvo algo que ver con ello) y, al punto, Angie, Marilar, Antonio Marquina y Ramón López Facal descendieron de su palafrén e intercambiamos calurosos saludos. Angie, que por su donaire y excelencia (no en vano accedió a los segundos sacramentos en el marco incomparable del monasterio de Pedralbes) asume tradicionalmente los esfuerzos y preocupaciones por la buena marcha de la calçotada, nos adoptó rápidamente como miembros del Management Organization Staff y orló nuestros pechos con el signo de la divinidad en cuyo nombre acudimos en peregrinación contrita a celebrar la gozosa eucaristía del Mac-Club.
Acudían los fieles en romería, adornando los montes con sus ropajes multicolores, compitiendo con los pajariglios, avencejos y cornejas en cantares armoniosos. Agustina y Montse transformaron su dulzura habitual y, abalanzándose sobre los romeros, ora espantados, ora divertidos, conseguían extraer de sus carteras el debido émulo del óbolo de San Pedro como nunca antes se había visto. Ramón López Facal no me dejará mentir si describo la su contemplación de mi auténtica falcata de buen hierro ibérico como de un asombro rayano en el éxtasis devoto.
Rosa y Cris «la niña del asombro permanente», Quiq y Pepe Tarrés, Pere Soto, Ramón Boldú (a quien ayer me referí citando erróneamente su apellido, por lo que le pido setenta veces siete perdones), Ramón «el hacker que anda» y su bellísima esposa y Alberto, Pontifex Maximus, Tribuno de la Plebe por décimo cuarta vez, Cónsul por Vigésimo Tercera, Augusto, Imperator de las legiones y fuerzas auxiliares.
Apareció, digo, primus inter pares, envuelto en su dignitas y todos pudimos contemplar, nuevamente, el aura que emana de sus rollizas panzas y alcanza todo el orbe; ejemplo sin duda de la mixtura que nunca cervantina pluma pudo alcanzar y por lo que hubo de dividir, para dos personajes, su inmortal obra.
Ya humeaban los calçots sobre las mesas, porrones de vino, ajustado a esta ocasión y no a otras más exigentes, hogazas de pan braseadas, cuyos trozos aprovecharían las breves pausas (que los diligentes sirvientes necesitaban para llevar del fuego a la mesa las tejas empapadas de jugos contenidos por el basto y humilde ) para absorver la salsa fragante.
Antonio Duarte, glotón y patán como siempre, fatuo jactábase de haber ingerido la ridícula cifra de 36 calçots ignorante (como en casi todo) de que ya algún ignaro héroe local había alcanzado las 400 ingestas continuadas antes de ascender al cielo de Pantagruel. Montse, servicial y amable de suyo natural, intentaba enseñarle el modo correcto de disfrutar de aquel manjar, pero todo era inútil ante su gula e impaciencia.
La comida que siguió, recia aunque no exhuberante, según tradición, hubo de contemplar la ausencia de quince comensales comprometidos que creyeron antes las calumnias de plumíferos imprecisos a las vehementes exhortaciones de Alberto. ¡Fe vana la suya, que no se acompaña del cumplimiento de los preceptos que les llevaren, de otra forma, a la salvación por las obras!
Y allá se levanta el oficiante, Alberto Lozano Barcia, celtíbero de pro, seguido de su acólito íbero de las tribus layetanas (devotio ibérica de pura cepa), Ramón Boldú, a presentar el trabajo de aqueste. Una statie (por contraposición conceptual a «movie») en la que narra bajo el epíteto de «Amor y Pistachos» una sinfonía social realista y sin concesiones a lo correcto. Pere Soto «el de los dedos vertiginosos», acompañó acertadamente la acción punteando sobre los trastes del su laúd acordes o arpegios según la ocasión.
Sorteáronse presentes entre la algarabía y chascarrillos de los asistentes. Allá estaba Don Ramón López Facal, que tras su sonrisa de coruñés ocultaba la profunda tristeza de ver la mar y la tierra manchada por la desidia. Aquel celta, cual sabio druida ancestral, enfrentaba al futuro con determinación y no dejaba que la ira empañase completamente el calor del bien nacido, por agradecido a cuantos dejaron días y esfuerzos en lavar lo que NUNCA MAS ha de arrojar el hombre contra nuestra Madre Tierra.
Y pasaron todos, cuando el sol comenzaba a declinar y sus rayos se tornaban rojizos, a la silla cuadrada donde brillaban con luz propia mac-cluberos como Juan de Dios Santander Vela, que desde su Garnata al-yahud acudió un año más desafiando infieles mil para sentar cátedra con sus palabras breves, graciosas, acertadas y clarecedoras. O Ramón «el hacker que todo lo ve», quien nos descubrió las debilidades inherentes a todo sistema pergeñado por aficionados.
Incluso Antonio Duarte, que quizá sorprendiera a alguno cuando decidió descubrir su principal ocupación y se vio, entre risas y bromillas maliciosas, obligado a explayarse sobre la actuación de las Fuerzas de Seguridad españolas en los asuntos de la mal llamada «delincuencia informática». Dejó bien claro, desde el comienzo, que él era allí un simple particular que no representaba en absoluto a ninguna institución y que cualquier comentario por su parte debía guardar la debida y comprensible prudencia. Pese a todo, tales declaraciones no arredraron a los concurrentes, quienes aprovecharon la ocasión para divertirse y apurar al máximo la capacidad de respuesta de aquel pobre diablo que intentaba contestar a todos y conciliar la satisfacción de la curiosidad ajena con la discreción debida.
Explicó que no le parecía correcta la denominación de «delitos informáticos» porque, en realidad, los delitos siguen siendo los mismos de siempre aunque el uso de las tecnologías hayan obligado a una especialización en las mismas (por parte de las Fuerzas de Seguridad) para conseguir aportar las pruebas que permitan a la autoridad judicial condenar, si procede, a los autores.
Comentó que las Fuerzas de Seguridad cuentan, en la actualidad, con medios y hombres adecuados para responder a las demandas de los ciudadanos que se vean agredidos por delincuentes informáticos, con un alto grado de efectividad y que, aunque los ataques (por no ceñirse lógicamente a norma legal alguna) son rápidos y, a veces, muy dañinos, la respuesta legal no podrá ser nunca tan diligente al tener que respetarse las garantías previstas por la ley; pese a ello, la paciencia y la perseverancia eran armas en absoluto desdeñables así como la capacidad de aprendizaje y la humildad necesaria para reconocer la necesidad de mantenerse constantemente al día ante la carrera tecnológica en la que estábamos embarcados.
Se echó de menos, en ciertos momentos, la presencia de algún letrado que hubiera podido precisar más el alcance de las apreciaciones (a veces excesivamente particularistas aunque siempre enriquecedoras) de alguno de los concurrentes. Brilló Juan de Dios, como siempre, en sus acotaciones técnicas y Ramón nos explicó cómo era el mundo de las comunicaciones cuando los Dinosaurios dominaban la Tierra.
Finalmente, la conversación se disgregó en cuatro grupos cuyos componentes revoloteaban de acá para allá dejando que sus agudas observaciones levantaran nuevos derroteros…
Mas el tiempo pasaba y todo se conduce por la gula de los mortales. Allá nos encaminamos, entre la húmeda noche, hacia Taradell, donde un nuevo lugar (distinto del tradicional «El Tinell») bastante más adecuado y espacioso nos permitió terminar la noche ante excelentes rebanadas de pan con ajo natural, aceite y sal, jamón curado como Dios manda, lomo verdaderamente exquisito y, en el caso de este humilde cronista, un churrasco jugoso y tierno que, entre trago y trago de un vino tinto de la tierra que poseía un punto de acidez adecuado a la digestión (que se presumía contundente) se acompañaba de unas patatas bien fritas en tiras, con su piel.
El día siguiente guardaría otros afanes y otras sorpresas, pero ésas vendrán tras el alba de éste que se anuncia. Pero esa historia la contaremos otro día.
La Calçotada es una actividad anual organizada por Mac-Club.
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