La industria, los gobiernos, los derechos de autor y el agujero moral

Cuando hablamos de Derechos de Autor, las opiniones tienden a polarizarse en un entorno lleno de acusaciones cruzadas en las que el término que se repite con más frecuencia es el de ladrón: ladrón porque usas una obra con derechos de autor sin pagar o ladrón porque el propietario de los derechos está cobrando (y lleva cobrando durante muchos años) precios abusivos además de retener el control de los derechos en ocasiones bajo normativas que rozan el absurdo del sentido común. En medio de esta situación están los organismos gubernamentales, estratificados desde las administraciones locales a los grandes “metagobiernos” (como la Comunidad Europea) y las leyes que gestionan los derechos pero que también garantizan la cultura a los ciudadanos. Mientras todos se afanan en buscar una solución que satisfaga a las partes, es un hecho que nadie quiere perder los privilegios adquiridos a lo largo de los años y se refugia (y ataca) usando argumentos que tienen difícil respuesta: los agujeros morales.

Esta batalla, por supuesto, no va a terminar si no hay una voluntad de hacerlo.

No lo hará porque ninguno de los bandos está dispuesto a hacer concesiones ni a llegar a un acuerdo: la industria y los poseedores de los derechos porque no quieren abandonar un lucrativo negocio que se apoya en muchas ocasiones en un gran agujero moral del que se aprovechan sin ningún escrúpulo. Los gobiernos, por su parte, no pueden crear una legislación efectiva precisamente por culpa del agujero moral. Los cuidadanos, en frente, se apoyan también en ese agujero moral, complementando sus argumentos con acusaciones de cómo la industria se ha aprovechado de el para robarles durante años con todo el descaro.

Llegados a este punto… ¿Pero que narices es un agujero moral?: una situación por la que la variabilidad de su casuística impide que pueda ser reglada en forma alguna. ¿Y cómo se aplica en este caso?: solo tenemos que recuperar la definición de “cultura” de la Wikipedia:

Cultura es un término que tiene muchos significados interrelacionados. Por ejemplo, en 1952, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn compilaron una lista de 164 definiciones de “cultura” en Cultura: Una reseña crítica de conceptos y definiciones. En el uso cotidiano, la palabra “cultura” se emplea para dos conceptos diferentes:

  • Excelencia en el gusto por las bellas artes y las humanidades, también conocida como alta cultura.
  • Los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social, incluyendo los medios materiales (tecnologías) que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver sus necesidades de todo tipo.

Esta definición (no exactamente esta, por supuesto, pero si el concepto que engloba), es de por si, el inicio de todo el problema: ¿Qué es la cultura?. Todo, según los poseedores de los derechos de autor.

Sin embargo, la industria juega con el término “Cultura” mientras genera contenidos en un entorno y en una manera en el que el producto final es tratado como una Mercancía (commodity) y como en todo entorno mercantil, hay un amplio nivel de estratos en los varía la calidad de una mercancía. El ciudadano (el cliente) se da perfecta cuenta de que le están vendiendo una mercancía, y cuando intenta protestar porque quiere aplicar las reglas mercantiles que definir a los productos de su día a día (el derecho a protestar, por ejemplo), la industria le responde “¡Hey!, ¡Esto es Cultura!, ¡Tiene sus reglas!” cuando resulta evidente que la aportación de la commodity en cuestión no añade nada al enriquecimiento cultural de una sociedad.

Llegados a ese punto, la industria aplica magistralmente el concepto de agujero moral y recrimina a los cuidadanos indicándoles que “Nadie” puede determinar si una commodity como tal no es cultura, o pasará a serlo como elemento significativo que define una sociedad en un futuro a corto, medio o largo plazo, llevando la conversación a un nivel irresolutivo en el que resulta imposible tomar una determinación sobre lo que es cultura y lo que es una mercancía.

La industria, que es además la poseedora de la gran mayoría de los derechos de autor, conoce y maneja este concepto con excepcional maestría y lo aplica como base de la defensa de su modelo de negocio a diestro y siniestro. Y además, con todo éxito.

Llegados a este punto en el que la industria y sus clientes (los ciudadanos) están enfrentados, todos se vuelven a quien podría reglar de alguna manera todo este asunto: los gobiernos, que por supuesto, son incapaces de establecer un entorno legal alrededor de un agujero moral porque realmente nadie puede. Así, los responsables correspondientes van dando palos de ciego o en el peor de los casos, decantándose por apoyar a “La industria” porque mientras haya un derecho legal sobre algo, independientemente de si se pueda medir si es cultura o no, si se pueden aplicar leyes sobre el. Al final, el agujero moral tan expertamente manipulado por la industria acaba con la posible capacidad de un gobierno o un metagobierno de poder crear un entorno legal efectivo que no solo defienda los derechos de la industria, sino también el de los ciudadanos.

Para los gobiernos, sin embargo, hay un problema adicional. Garantizan la cultura a través de leyes fundamentales como es la Constitución (en el caso de España), pero el agujero moral que implica la propia definición de cultura hace que esta ley choque directamente con los intereses de las otras dos partes. Al final, nadie se pone de acuerdo, todo el mundo tira de su propia cuerda y no hay un pacto para solucionar este problema que tampoco interesa, principalmente, a la industria, porque su negocio es ganar dinero, no la cultura (esta es otra interesante parte del agujero moral. Ellos están en el negocio por el dinero, pero a los clientes les cuentan – hipócritamente- que están por engrandecer culturalmente su visión del mundo).

¿Cómo solucionamos entonces ere problema?: eliminando el agujero moral. ¿Y cómo se elimina un agujero moral?: atacando el corazón del concepto que lo crea, en este caso, la Cultura. Y si bien es imposible determinar (y lo seguirá siendo) determinar qué es Cultura y qué no, si es posible crear una serie de condiciones en su entorno para que sea posible estratificar esta situación y situar cada elemento en un entorno apropiado: o Cultura o Commodity/mercancía.

Llegados a este punto y como responsables, ya que ellos son los que dictaminan las leyes que gestionan los derechos de autor y las penalizaciones por su violación, además de garantizar “La Cultura” a los ciudadanos, los organismos gubernamentales deben reglar un entorno. No caer en la trampa de tratar de decidir qué es cultura o no, sino simplemente ofrecer unas condiciones en el que los propios autores decidan si les interesa que sus creaciones sean “cultura” o sean una “mercancía” y una oficina que ya existe (El Registro de la Propiedad) en la que cada creador añade “su obra” bajo el correspondiente epígrafe.

En un entorno así, los legisladores establecen que las creaciones que se acojan al epígrafe “Cultura” dispondrán de una caducidad y protección de derechos de autor muy amplia, el derecho a acogerse a subvenciones gubernamentales, descuentos fiscales y otros tipos de beneficios, limitando también el precio final de la creación. Así, creando un entorno favorable para los creadores se acojan bajo este paraguas, se garantizan las leyes fundamentales de protección de la cultura establecidas en las cartas magnas.

Quien, por su parte, decida que su creación no debe verse afectada por una limitación en los precios, es decir, trata “el producto final” como una mercancía, tiene plazos de derechos de autor mucho más cortos pero una mayor libertad a la hora de tratar la creación como un producto… incluida la total libertad de precios, la posibilidad de fragmentar el mercado en función de sus intereses … es decir, todas las ventajas propias del sistema económico actual, pero perdería la posibilidad de acceder a subvenciones o a todo tipo de ventajas fiscales o programas gubernamentales.

Para el usuario, el cliente, el que está en “el otro lado”, por fin se establece un modelo en el tiene una referencia al respecto de las intenciones de quien crea los contenidos y qué espera obtener de esa creación. Desaparece la percepción de “intento de engaño” por parte de los creadores hacia el ciudadano y se inicia una nueva era de transparencia donde los creadores muestran claramente sus intereses e intenciones, circunstancia que los ciudadanos llevan solicitando durante muchos años.

Desaparece también una de las razones a las que se acogen los ciudadanos para justificar la piratería (nos están engañando vendiéndonos “mierda” como si fuera cultura) al poder saber de antemano cuales son los derechos que los propios creadores definen para sus productos, las aspiraciones que tienen de que esas creaciones perduren a lo largo del tiempo y que sean consideradas como elementos que contribuyen al desarrollo de una sociedad. Desaparece también el concepto “Robin Hood” en el que los ciudadanos que descargan contenidos protegidos bajo derechos de autor se sienten amparados bajo su propio “agujero moral” en el que aducen que están siendo continuamente engañados y estafados por los creadores y propietarios de los contenidos.

Llegados a este punto, por supuesto, es factible pensar que los creadores simplemente se acogerán “a la segunda vía” tratando todas sus creaciones como mercancías para obtener la mayor rentabilidad posible. Sin embargo, se arriesgan a que, debido a la variabilidad de los gustos de los ciudadanos, se encuentren con un fracaso comercial y además la pérdida de los derechos de autor en un plazo considerablemente más corto que si hubieran decidido acogerse a la “primera vía” y optar por la posibilidad de una recogida de beneficios a mucho más largo plazo con una protección de sus derechos mucho más amplia además de otros beneficios. Si, tienen que sentarse a “sacar más cuentas” y a tomar decisiones. Exactamente como hace el resto del mundo en sus correspondientes actividades comerciales.

Esta, por supuesto, es una posible opción para solucionar este problema. Una opción que obliga a poner a todo el mundo las cartas sobre la mesa y hace desaparecer los agujeros morales situando a cada parte (creadores, legisladores, ciudadanos) en un entorno donde por fin es posible eliminar conceptos que cada parte moldea en función de sus criterios comerciales y solo para proteger o defender sus propios intereses.

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Blitxea
Blitxea
11 years ago

Cultura es comunicación. La relación entre entes da como resultado costumbres, creencias, actos, arte, tradiciones y un larguísimo etcétera. Es por ello que no se puede hablar de multiculturalidad, sino de interculturalidad. La cultura es, pues, lo que nos define como sociedad. (aunque el resumen es mío, las definiciones forman parte de un temario de una asignatura del conservatorio).

Y hablando de un agujero moral, deberíamos hablar de lo que se ha hecho con la música, donde cualquiera con dos platos es “músico”. Y, lo siento por quien se sienta ofendido, no tiene el mismo significado los derechos de autor de, pongamos por caso, David Guetta que los de, pongamos también por caso, Ligeti. Y ha sido la industria discografica la que veía que eso era inviable para sus intereses económicos. Hace algunos años, las sociedades de autor dejaron de pagar a los músicos clásicos por estreno de obras, por ejemplo, porque ganaban mucho más con canciones de radio fórmula. Y así nos cargamos una parte de la cultura.

Se que es un tema muy polémico, pero llevo muchos años en la música y puedo afirmar sin ninguna duda que un tema dance se hace en, como mucho, una semana, mientras que una obra para orquesta cuesta un año de duro trabajo. Entonces, tiene el mismo valor los derechos de autor de una canción de radio que los de una obra sinfónica? Para mi, evidentemente, no.

Perdón a quien se pueda sentir ofendido por mi comentario, pero cualquiera en mi posición se sentiría parecido

Firichi
Firichi
11 years ago

Hola primero que nada aclaremos que soy un neófito en este asunto.
Quisiera dar una opinión bastante personal.

Desde un punto de vista bastante ingenuo creo que en el caso particular de la música, la tienda iTunes ha ayudado tantos clientes como músicos. Esto último de los músicos solamente en el caso de que ellos pudiesen publicar sus propias obras directamente en el iTunes Store (en realidad no sé cómo funciona esto, pero sería ideal que funcionara como el App Store en donde los desarrolladores independientes pueden subir de a una aplicación a la vez si lo desean)

En el caso de los clientes, hoy en día tienen oportunidad de comprar en sitios muy remotos prácticamente cualquier tipo de música que esté disponible en el iTunes store (que no es poca) y además se puede comprar no solamente un disco entero si no también canciones por separado (cosa que hoy en día damos por sentado). Por supuesto tiene cabida también, los álbumes que solamente se venden como un todo, de acuerdo los criterios del autor.

Todo esta muy bien, pero cuando hablamos de las grandes disqueras, nos damos cuenta de que ellas tienen prácticamente todos los “derechos” aún de la música que se coloca en las tiendas como el iTunes Store.

Estas mismas disqueras constantemente se quejan de la famosa piratería pero habría que preguntarles si no es gracias a Internet que sus ventas se han multiplicado números veces. ¿Cómo lograrían ventas en sitios tan remotos y tan rápidamente si no fuera por la distribución electrónica eficaz? ¿Cómo es que siguen teniendo ganancias jugosas sin siquiera publicitar como antiguamente lo hacían? ¿ Cómo es que hoy en día venden en mercados que ni siquiera sabía que existían sin prácticamente ningún esfuerzo?.

Las Disqueras no pierden dinero con la piratería solo dejan de ganarlo en sitios donde jamás lo hubieran hecho de la manera tradicional, y a pesar de, hoy en día ganan mucho más que antes de la famosa difusión a través de Internet.

No estoy de acuerdo con la piratería y a pesar de que a veces podemos caer en la tentación siempre hay que estar conscientes de que no es lo correcto. Debemos recordar que no solo son las grandes empresas las que están detrás; hay gente que hace mucho esfuerzo para crear las cosas que disfrutamos.

Algo similar me imagino que se pudiera aplicar al caso de los libros.

Blitxea, quisiera saber tu opinión personal respecto.

Blitxea
Blitxea
11 years ago

Mi opinión acerca de las discográficas es… Bastante mala, la verdad. Bien es cierto que mi opinión esta muy condicionada por mi formación (clásica) y, aunque valoro muchísimo a los grupos y artistas que han subido a la cumbre por sus propios medios, se el valor que tienen determinados “artistas”, colocados ahí por obra y gracia del espíritu santo, es decir, negocio.

El caso es que la fórmula de las discográficas ha sido muy clara: vender y vender copias, vender y vender genios embotellados. El tema, como dije, es muy polémico y complicado, pero lo que se ha hecho con la música no tiene nombre. Hoy en día preguntarle a un adolescente si escucha música clásica es poco menos que llamarle tonto, rarito… Y si ya le preguntamos por nombres como Brahms (ya ves, hasta el corrector del iPad me lo corrige), Debussy, Ligeti, Schöenberg… No te digo el resultado.

Me da pena, sobre todo porque a veces les pones algo y les encanta, pero… No está de moda.

Saludos

sidkortu
11 years ago

Como bien has dicho, hay que separar la cultura del negocio de la cultura, yo apuesto por la autoproducción para tener el mayor control sobre “mi obra” pero sin duda creo que hay que apoyarse en los canales adecuados para su difusión, no me refiero a una gran campaña masiva sino a contactos reales y cercanos que realicen una pequeña campaña de difusión y que crezca en espiral, lo que viene a ser un efecto viral.

Aunque una pequeña campaña de marketing (sin intermediarios que exijan el control del producto) no viene mal.

Mandibul
Mandibul
11 years ago

Gracias a Carlos por su artículo.
Permitidme dar mi opinión (a ver si no me queda muy larga).

Estamos ante un problema de mercado. No de definición de lo que se comercializa.

En el mercado hay oferentes, demandantes,… y el medio de intercambio.
Todos tenemos la vista cansada de leer sobre que las editoriales no se han adaptado a ese nuevo medio.

En mi humilde opinión, lo que aquí falta es libertad. Como en todos los estratos de esta sociedad que simula una democracia.
Con el pretexto de que “hay que definir cultura” “hay que proteger al creador” “hay que proteger al consumidor”… se ha creado una maraña de intervencionismo y lobbies que impiden que el mercado se regule por sí solo.

Nada de subvenciones, ni impuestos especiales, ni tasas…

Cada creador o su editor que ponga un precio. Si es caro, nadie lo compra o se genera contrabando.
Si recargas de impuestos, habrá contrabando.

Si su precio está en consonancia con lo que el mercado está dispuesto a pagar, habrá transacción.

Se puede analizar, estudiar, teorizar,… pero en última instancia es así de sencillo desde que los homínidos cambiaban pieles por sílex.

Acasita
Acasita
11 years ago

El Estado debe velar por la conservación del patrimonio cultural y nada más. La creación debe ser libre y estar totalmente exenta de subvenciones o bonificaciones. Cuando la creación se convierte en cultura, es decir, en algo cultivado que da fruto, que es base del acervo de la gente, es cuando se convierte en patrimonio, debe ser conservado y, por tanto, puede beneficiarse de subvenciones, exenciones o incluso protección directa. ¿Subvenciones a cualquier pintamonas, meacruces o aullapollas? Mientras lo suyo no pase el filtro del tiempo, no por favor.

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