El increíble hombre Amperio, por Carlos Burges

Echando la vista atrás hacia una moda (un tanto onanista) de hace algunos años en la que la gente se dedicaba a fotografiar todos los gadgets que llevaba en su bolsa “del día a día” se hace muy patente que cada día que pasa nos convertimos en auténticos hombres y mujeres Amperio, que andan de aquí para allá portando una carga eléctrica cada vez mayor y que cada día dependemos más de esa carga eléctrica hasta un punto en el que simplemente a todas nuestras tareas imprescindibles del día, como comer y lavarnos, se ha añadido la tradicional ceremonia de “poner a cargar” todos los dispositivos.

Seguramente, los analistas más estadísticos demostrarían con datos fehacientes que la carga eléctrica que los millones de usuarios llevan encima sería capaz de alimentar una ciudad de varias decenas (o centenares) de miles de habitantes e independientemente de que serían unos resultados realmente impactantes, el problema no reside en la cantidad de energía móvil que se consume (que cada día será mas) sino como se fabrica, almacena y distribuye, un escollo que está aún por resolver y cuya solución “real” está a años (posiblemente, décadas) de llegar al nivel de la calle.

El problema principal está en las expectativas que tenemos de lo que queremos y necesitamos. La imaginación del hombre vuela mucho más alto que sus capacidades técnicas. A falta de puntos mejores, lo que esperamos para una batería es:

  • Que tenga una larga duración: y cuando decimos larga es realmente larga sobrepasando cualquier expectativa razonable
  • Que tenga una vida útil tan larga como su capacidad
  • Que su recarga sea instantánea o casi instantánea
  • Que sea amigable con el medio ambiente y fácilmente reciclable
  • Que sea extremadamente segura y trabaje a baja temperatura
  • No pedimos “casi” nada. Y al respecto de estos puntos, para llegar siquiera a alguno de ellos, todavía hace falta cubrir un largo trecho que de momento parece estar parado en tantos frentes que es imposible adivinar cuando se va a dar un salto realmente cualitativo en cuanto al almacenamiento y transporte de la energía.

    Se hacen algunos avances interesantes, como las baterías con virus genéticamente modificados que Científicos del MIT hicieron público el pasado 6 de abril. El prototipo de batería de ión de litio cuyo cátodo y ánodo han sido fabricados con virus genéticamente modificados. La ingeniería genética aplicada a virus bateriófagos comunes, es decir, virus que infectan a las bacterias pero que son inofensivos para los humanos ha dado lugar así a una batería que podría alcanzar una capacidad y un rendimiento energéticos similares a los de las actuales baterías recargables de los vehículos eléctricos híbridos. Las ventajas: fabricación barata y ecológica; y también flexibilidad y capacidad de adaptación a cualquier dispositivo. La desventaja: estas baterías pueden ser cargadas y descargadas sólo 100 veces sin que pierdan capacidad de almacenamiento eléctrico, menos veces que las baterías de ión de litio tradicionales. Pero los investigadores esperan resolver pronto este problema, y el próximo prototipo tendrá ya fines comerciales.

    Otra opción que parece que llega pero no llega es la célula de combustible. Pese a los interminables anuncios que que la “tecnología está ya aquí” parece que al final, por un retraso u otro las supuestas baterías recargables no llegan al mercado de consumo.

    Las opciones para el mercado de consumo de este tipo de baterías muy posiblemente serían las de metanol o etanol directo, pero al ser dos productos muy inflamables, el nivel de seguridad ha de ser altísimo y los requerimientos de fabricación muy altos porque en resumidas cuentas, llevamos una granada en el bolsillo. Siendo material inflamable, habría que nivel de seguridad establecían los aeropuertos o zonas seguras al respecto de este tipo de baterías, por no hablar de los problemas de seguridad asociados a tener metanol o etanol en casa, su almacenamiento y su manejo.

    Es posible que, a este paso y con todos los problemas relacionados con la seguridad de estos dispositivos, es difícil que lleguemos al punto de pedirle a un colega “Pásame el metanol que me he quedado sin batería“.

    Lo que si está claro que llegará un punto que no podremos hacer “lo que queremos” por culpa de las limitaciones de la energía consumida. Mientras los fabricantes de hardware intentan que sus chips cada vez consuman menos con rendimientos altos, al final hay una barrera que no podrán traspasar simplemente porque la energía “ya no es suficiente”.

    Al final, el rendimiento de un dispositivo se transforma en una balanza: por un lado, las mayores prestaciones tecnológicas y por el otro, el consumo de energía. Si pones mas peso en un lado, con las actuales tecnologías, tienes que añadir en el otro para establecer un buen equilibrio entre prestaciones y durabilidad … y a veces ese equilibrio, como por ejemplo con la duración de la batería del iPhone, está como se dice vulgarmente “cogido por los pelos”.

    Al final del día lo único que nos queda es la danza de las baterías, conectando cada uno de los periféricos a su cargador (¿para cuando un cargador universal?) para que al día siguiente todos esos servicios o tareas de las que no podemos prescindir funcionen correctamente … al menos si no te quedas, como siempre, sin batería.

    Yo soy el primero en azotarme: casi cada noche, el iPhone, cada muy pocos días, el iPod y casi cada dos días, unos auriculares inalámbricos Bluetooth para ambos dispositivos.

    Hay que encontrar una solución ya.

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