Apple Expo París 2006: Cartas desde París, III

ALF_portrait.jpgNo ha sido una noche placentera. Me acosté inquieto y hambriento, y me he despertado varias veces a lo largo de la noche, por miedo a dormirme. A pesar de que nadie me espera. Pero así somos a veces, queremos quedar bien aunque sólo sea delante de nosotros mismos. Temo dejarme vencer por el cansancio y despertarme a las doce de la mañana, descansado pero avergonzado. Así que me despierto a las cuatro y media, y a las seis, y a las ocho. Me levanto en paz conmigo mismo pero con un sueño que no sé si me dejará trabajar.

Corro la cortina de mi habitación. Estoy en la planta séptima, así que tengo unas magníficas vistas… del cementerio del barrio. Por delante del cementerio pasa una circunvalación, así que no puedo dejar de pensar que esos que pasan tan atareados y tan apresurados por delante al final acabarán ahí mismo, pero completamente quietos, y con toda la eternidad para pensar en qué se les fue la vida, tanta prisa, tanta prisa. Si estuvieran en un país extraño, sin hablar la lengua y delante de un cementerio, seguro que no tendrían tanta prisa por llegar a donde vayan.

Después de la aventura de anoche, no creo que tenga problemas para llegar a la Expo sin necesidad de recurrir a un taxi. Me siento capaz de entenderme con gentes que hablen cualquier idioma y de preguntar a cualquiera sin discriminarle por su exótica forma de vestir. Bajo a la recepción y pregunto. Sacan un plano del metro y me marcan dónde está el hotel y dónde quiero ir. Pero yo quiero ir en autobús, no en metro, le digo. Tengo que coger el autobús PC1 y me lleva directo. Sólo tengo que subir la calle y girar a la “gosh”. Ya empezamos con los giros. Pero me pongo en camino porque si se me da como anoche, a lo mejor llego cuando estén cerrando, y no quiero tener que escribir un artículo diciendo que París es muy grande y por lo tanto te pierdes fácilmente, mon dieu, y que mejor quedarse en el país de cada uno con gente que hable como tú.

Empiezo a andar y me doy cuenta de lo fea que es la zona en la que estoy. Una de esas áreas de edificios moribundos que nunca llegaron a tener un pulso normal. Que se construyeron pensando que todo se llena y resulta que no, que no todo. Y nunca ha sido una zona próspera y por lo tanto nunca ha tenido una arquitectura bonita, así que nunca ha habido mucha gente con ganas de mudarse allí, así que sigue viva, pero casi muerta. Giro la primera a la “gosh” y subo una calle. Pero veo al final una pared y a mi derecha otra pared. Cuando llego allí, a la derecha hay una puerta de metal y desde donde estoy puedo ver que es la entrada al cementerio. No es la feria a la que quiero ir, así que me doy media vuelta. Ya he consumido la primera “gosh” así que tengo que empezar a pensar que las indicaciones no deben ser muy precisas, y que mejor que vuelva a poner los sistemas en alerta porque esto no se ha acabado.

Además de la autopista de circunvalación y del recinto de descanso eterno, al lado hay un estadio deportivo, enorme, que tengo que rodear. Ya he sacado el plano que me han dado en el hotel e intento ubicarme, por la cuenta que me trae. Me marcaron los puntos en el plano del metro porque el hotel no sale en el mapa. O sea, el mapa se acaba antes de llegar al hotel. Cuando me compre un yo sensato me aseguraré de escucharle cuando me diga que antes de reservar mire dónde está el hotel.

Rodeo y rodeo el estadio y me doy cuenta de lo que debe ser correr los cinco mil metros, aunque ellos van ligeros de ropa y yo llevo mi ordenador a la espalda, como si fuera mi caparazón. Me doy cuenta que la diferencia entre “portátil” y “portable” es más que un simple matiz cuando se trata de un PowerBook de 17″.

Estoy en un bulevar precioso, donde están colocando vías para una nueva línea de tranvías y han plantado césped entre ellas. Ahora hay una gran franja verde en medio. Es curioso que la parte más bonita de la calle no se pueda usar porque un tren se te lleva por delante. Así que sólo puedes mirarlo y decir “cómo me gustaría pisar el césped”. Claro que así no se estropea. Si alguien lo intenta sabe que se arriesga a que lo dejen hecho lonchas por meterse con la verde hierba del centro de las calles de París. Los peatones a pisar en duro. Pero aún no lo han abierto, así que todos disfrutamos del bonito paseo entre las vías, pisando el césped y aprovechando que los trenes están guardados.

Subo la calle y estoy ante una monumental Ciudad Universitaria. Ojalá los arquitectos de la Universidad Complutense de Madrid hubieran viajado más y hubieran visto ésta antes de levantar aquel horror de ladrillos amarillos. Los arquitectos de la Univeridad Autónoma está claro que sí viajaron y vieron Oxford y Cambridge y aprendieron que la universidad no tiene que ser fea, pero la hicieron tan lejos que nadie quería que le tocara allí, porque se tardaba más en ir y volver que el tiempo que pasabas en clase. Claro que como era tan bonita y con tanto jardín, tampoco te apetecía ir a clase y te quedabas tirado en el césped hablando con las universitarias de cosas importantes como dónde vas a ir el fin de semana y de dónde eres y qué pocos libros tenéis en esa carrera, no será muy difícil. En la Universidad Complutense tenías que ir a clase porque era el único sitio cómodo (a no ser que te quedaras en el parque del Oeste y entonces ya ni ibas a la universidad ni nada).

Pero con esta universidad seguro que hay tortas por venir a estudiar. Y veo diferentes edificios de distintos países, como si fueran residencias de estudiantes: de Estados Unidos, de Argentina,… La parada del autobús está delante de la universidad así que me quedo allí esperando. Hace calor, tengo el ordenador pegado a mi espalda y tengo que pedir un billete al señor conductor del autobús y entender cuánto cuesta. Parece sencillo pero uno nunca sabe si lo vas a pronunciar de tal manera que el conductor entienda que le estás llamando algo malo y te obligue a bajar y llame a la “securité” o a la “police” y ya la hemos liado, que yo solo quería un billete y llegar a la feria.

Pero todo sale bien, el conductor ni me mira, me da un billete y no parece preocuparle si soy un españolito que no habla el idioma o un francés con acento raro. Los autobuses franceses son muy modernos. Hay montones de formas de viajar. Están los que tienen una tarjeta sin contacto, que simplemente se suben y parece que se han colado. Otros tienen una tarjeta de contacto, y la frotan contra una máquina desde dentro del bolso o de la chaqueta. Y luego estamos los de fuera que compramos un billete. Además, tu puedes apretar el botón y que pare en la siguiente parada, pero las puertas para bajarte las abres tú, así que si no aprietas el botón, el autobús para pero tu no te bajas, porque no lo sabes, eres de fuera y no hablas el idioma, así que no puedes ponerte a gritarle al conductor como harías en España. Y hasta la siguiente parada que se baja alguien más y te das cuenta de lo del botón, no consigues salir de ese autobús que estaba empeñado en pasearte por todo París hasta que otro pasajero te enseñe a bajarte.

Recupero mi camino y me encamino a la feria. Lo he conseguido. La parte más difícil está lograda. Ahora sólo me falta meterme entre la gente y podré pasar por un francés más, siempre que no tenga que hablar y entonces todos sabrán que soy de fuera y que no hablo su idioma.

En la entrada de la feria enseño mis papeles y mueven la cabeza diciendo que eso no sirve, que si no tengo un número. Yo digo que no tengo nada que no me han respondido nunca, aunque sé que estoy aceptado como periodista porque me han empezado a enviar todo tipo de mensajes para que visite, y conozca y aproveche que voy para visitarles. Tengo que ir a un mostrador y rellenar un papel y luego ir a otro donde me vuelven a pedir el número y digo que no lo tengo y que he rellenado el papel y me dice ah, c’est bien y mete mis datos para sacar un cartón de entrada y le digo que no, que yo soy periodista, que ya mandé mis papeles por correo electrónico y por fax y que estoy admitido (esto es Francia y te tienen que admitir antes de dejarte entrar). Y me dicen que vale, que con ese papel entre y me vaya al centro de prensa y ellos arreglarán lo mío. Válgame el cielo, aún no he entrado y ya estoy cansado de todo esto.

En el centro de prensa se ponen a buscar mi cartón de periodista y les digo que ya mandé todo lo que pedían y que estaba admitido, pero como soy extranjero y no hablo francés, me ignoran y se dedican a buscar entre todas las tarjetas que tienen. Como no está, tengo que esperar a que entren y la hagan especialmente para mi. Hay que ver el trabajo que damos. No sé para qué tanto correo y tanto fax si luego vienes y te lo hacen en el momento, y además escriben tu nombre a la francesa y a todos les da igual porque de todas formas nadie te va a llamar por tu nombre ni les importa cómo te llames de verdad.

Cuando entro en la feria es como si -definitivamente- alguien hubiera cambiado el canal de audio. La imagen la recibo bien, pero soy incapaz de entender qué dicen. Pero como llevo en silencio desde que llegué ayer a final de la tarde, ya me he acostumbrado a escucharme sólo a mi y me pregunto si así es como acaba uno cuando dejas de entender lo que te dicen, hablando solo y representando todos los papeles en la conversación, porque sólo tú te entiendes. El caso es que hablo sólo, me doy ánimos a mi mismo, me regaño si me equivoco y me digo lo que tengo que hacer a continuación, como si tuviera un yo sensato que lo supiera.

De momento me dejo llevar por los pasillos, recorriéndolos metódicamente desde el extremo derecho, de principio a fin, para hacerme una idea de lo hay. Pero se que eso no vale, que tengo que hablar con gente, que llevo la lista en la cartera y sus correos en mi ordenador, y me miran y me esperan desde allí, confiando que cumpla mi palabra y cuando vean a su jefe puedan decirle “oh-la-la, una feria muy interesante, incluso tuvimos periodistas de España”.

Es como cuando estás al borde de la piscina y, sí, hace calor, pero no tanto. Y quieres meterte en el agua, pero no quieres llevarte el sobresalto del frío, así que te quedas de pié diciendo que lo vas a hacer pero mirando a todas partes a ver si alguien o algo te da la excusa para alejarte. Y te inclinas para tirarte y te deshinchas en el último momento y te vuelves a poner derecho. Pero no puedes estar todo el día en el borde que si me tiro que si no…

Me encuentro con dos españoles y ya tengo mi excusa. Nos vamos a hablar a la sala de prensa de nuestras cosas y ya haré las entrevistas más tarde. Seguro que notan que llevo callado mucho rato y que tengo ganas de hablar, porque me siento exuberante, y les cuento todas mis aventuras, esas que tú ya has leído, y por dentro pienso que, de un momento a otro, van a decir que se van al agua, sólo para huir del pesado ese que está en la orilla y que en qué momento le saludamos.

Al final me tranquilizo y resulta que se ha hecho la hora de comer, así que luego haré las entrevistas, porque tengo la lista en la cartera y es sencillo seguir el orden. Salimos de la feria y empezamos a andar buscando un restaurante que nos merezca confianza. En España todo el mundo sabe que hay un bar en cada esquina, pero esto es Francia y aquí hay brasseries y todas tienen un aspecto muy mono y unos precios carísimos y mis amigos tampoco hablan francés, así que somos tres españolitos vagando por París.

Mientras caminamos hablando de nuestras cosas aprovechando que nadie nos entiende, suena una voz detrás de nosotros que dice “qué placer escuchar hablar español”. Nos damos la vuelta y vemos a un abuelo jubilado sentado que nos mira con los ojos llenos de añoranza y con la sonrisa de los que querrían volver. Le estrechamos la mano y es un extremeño que ahora tiene una casa de verano en Santander, que ha trabajado veintitantos años en una empresa de coches y ahora está jubilado. Dice que querría volver, pero que no puede. Que tienen que cuidar a los nietos, que sus hijos trabajan y que están en la edad de ahorrar dinero. Yo pienso que la vida es muy perra. Te pasas todo el tiempo trabajando para poder quitarte las ataduras y resulta que mientras tanto tú mismo te pones las cadenas. El abuelo tiene ese acento mezclado de francés y español, la modulación francesa y la lengua española, y la mirada perdida, y el tiempo en el descuento, pero no puede hacer nada. Cuando se da cuenta de que se está dejando vencer, mueve la cabeza y se disculpa diciendo que está esperando a alguien y nos despedimos y seguimos nuestro camino.

Esta brasserie es tan buena como cualquier otra. Nos atiende una señora entusiasta que empieza a hablarnos en francés por los codos y yo sólo entiendo de sus gestos que en algún momento de su vida aprendió un poco español y sabe decir cervez y patatas fritas y muy buono. Es igual de cara que todas. No me extraña que en cuanto conozcan España salgan corriendo para allá, porque el dinero les dura el doble (y encima comemos mejor, pero no se lo digas que se enfadan). El sol nos da en el cogote y cada vez tengo más calor, así que pido otra cerveza, y luego otra. Luego hago las entrevistas.

Volvemos a la feria y nos separamos, hago una tirada de fotos y me quedo sin pilas. Parece mentira que con lo curtido que estoy en algunas cosas todavía me puedan pasar estas novatadas. Mi yo sensato se está aprovechando de mi debilidad y me está poniendo de vuelta y media. Me vuelvo a buscar a mis compatriotas, les pregunto si tienen pilas y me dicen que si. Me quedo con ellos mientras las buscan y me voy a hacer unas pocas fotos más. Luego a la sala de prensa a enviarlas. Definitivamente, las entrevistas las haré mañana y me pondré desde el principio con buena letra para cumplir.

La feria cierra a las siete de la tarde, yo estoy en París, pero estoy solo, no hablo francés y no me apetece perderme de nuevo. Me voy al hotel. Al menos el trayecto en autobús es lo suficientemente sencillo como para que pueda reconstruirlo a la inversa y llego al hotel sin mayores incidencias. Salvo la soledad, que ahora si que suena dentro de mi cabeza con toda su fuerza.

Me pregunto qué hago aquí, con lo bien que estaría entre los mios, sin necesidad de gastar dinero ni tener que decir cada dos por tres pardon o merçie. Antes de subir a la habitación me siento en el bar del hotel a tomar una cerveza cuyo nombre no sé pronunciar porque no se francés, y sólo puedo mirar a la pared de delante. No entiendo lo que hablan a mi alrededor ni puedo gastarle una broma al camarero. Las cejas se me van inclinando y mi yo trapacero me dice que esto no lo aprecian, que si llevamos tantos años y a nadie le preocupa. Que porque esto es gratis, que si hubiera que pagar ya veríamos y nadie parece ver el anuncio de “ayuda a faq-mac”.

Pero sé que estoy cansado, que ha sido un día largo y tenso y que mañana tengo que hacer entrevistas. Así que le digo a mi yo trapacero que vuelva a los sótanos y yo me vengo a la habitación a escribir y eso hace que todo dentro de mi se calle. Es como una medicina, como un bálsamo. Cuando he acabado de sacarlo todo fuera, me siento listo para irme a la cama.

Buenas noches, mañana te cuento cómo me ha ido el segundo día.

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Anónimo
Anónimo
17 years ago

Animo, Alf.

Mola, me meto en tu piel y me ríó también agusto, he pasado un buen rato.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

¿Entrevistas?
En francés supongo….

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Animo Alf, que París es la ciudad más bonita del mundo a pesar de que sus suburbios no lo sean. ¿Por qué suburbio de París andas alojado?
Los franceses son un poco especiales. Y para comer tienes muchos sitios que tienen el menú del día (ellos tan especiales lo llaman de otra manera) que será más caro que en España pero es casi como comer a la carta.
NO seas tan negativo 🙂

Anónimo
Anónimo
17 years ago

y si me suena a que estas sufriendo!!! jajaja buenas cronicas en verdad, pero cargadas de una nostalgia insensata!!!! sera que es necesario??? que daria yo por unos dias fuera de esta icuda tan vertiginosa que es Mexico DF para poder visitar Paris, e ir a una feria de Apple, aunque no hable nada de frances…..

un poco de soledad! saludos!

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Es jodidillo estar en una ciudad que no conoces su idioma, yo estuve en Paris hace 5 años con la familia, y más o menos nos aclaramos por que mi mujer estudió frances en el colegio, no se acuerda, pero siempre suena algo para leer un mapa. De todas formas como dijeron ayer, te hacía falta un GPS.
Es una historia para hacer un buen libro.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Menos mal que aun no te has suicidado. Es patética vuestra visión de y sobre los viajes, todo versa alrrededor de los bocadillos y estar al lado de mamá y papá, ¡que triste! dios le da barba a quien no tiene quijá !, es todo un acto de mazoquismo leer tus artículos, saludos

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Pues podias haber dejado que fuera otro por ti, supongo, por que ir, para pasar un mar rato, tiene poca lógica. ¿Por qué no te planteas disfrutar de tu estancia alli? o ¿es que te has ido para siempre? Si son solo unos dias, no da ni tiempo a la añoranza. Escribes muy bien, me gusta lo que escribes, pero para unos dias que vas a estar por alli, disfruta un poco, que te has ido a la Apple Expo, no a un funeral.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

hola me llamo barke soy de mali pero vivo en guinea ecuatorial quero reservar pari en hotel un semana bueno quero k me ayude bueno me llamo barke bathily chao hasta poronto

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