Apple Expo París 2006: Cartas desde París, II

ALF_portrait.jpgMe bajo del avión y es como haber retrocedido en el tiempo. De la modernidad deshumanizada de la T4 he pasado a un aeropuerto enorme, envejecido, lleno de detalles y materiales que hoy en día se rechazan precisamente por lo difícil de su mantenimiento en buen estado. Tengo que tomar una decisión. Mi personalidad tímida, cobarde, cómoda, me incita a tomar un taxi y a olvidarme de todos los problemas. Pero mi personalidad viajera me dice que si no me enfrento a París, ya nunca podré viajar por países cuya lengua no conozca.

Probablemente si tuviera una personalidad sensata, estaría de acuerdo con la cobarde, porque son casi las 21,30 h., está anocheciendo y, como intentaba dilucidar en mi interior, no conozco la ciudad. O sea que no es buen momento para experimentos. Pero me digo, ¡qué diablos!, vamos a intentarlo. Siempre puedo coger un taxi si las cosas se tuercen.

Me cuesta mucho entender qué quieren decir las señales. Aparentemente se pueden llegar a París (no, esto no es Barajas y no hay metro a la puerta) de muchas formas diferentes, por tren, autobús, taxi, shuttle, y no sé cuántos medios de transporte más. Cada uno tiene su puerta asignada, así que empiezo a caminar buscando la del tren. Cuando llevo un rato avanzando dolorosamente puerta a puerta, decido que no debo salir del aeropuerto sin al menos un mapa de la ciudad, que pueda ayudarme en caso de fracaso total.

Veo varios militares vestidos de camuflaje por los pasillos, pero como no entiendo francés, no sé si están ahí esperando a que llegue su general en algún vuelo de inspección de alguna zona turbia de este mundo donde no se pueden pasar, no cabe duda, sin que vayan fuerzas extranjeras a mantenerles ordenados. Así que procuro caminar erguido y con aspecto de como quien no quiere la cosa, porque no quiero que me paren y me empiecen a gritar (aunque me lo digan educadamente, la tensión hará que me parezca que me “conminan” -qué rotunda suena esa palabra “conminar”… me encanta) cosas que no entiendo, y acabar sacando el dinero, el carné de identidad, el pañuelo… y que ellos elijan lo que quieran.

Tengo que volver otra vez al punto cero, porque como no podía ser de otro modo, la mesa de información al turista está en la puerta 1. Allí pido un mapa para llegar a París y enseño mi papel impreso con la reserva del hotel para que vean la dirección. Empiezo a pensar que debería haberlo plastificado, porque lo voy a tener que enseñar muchas veces.

Me explican muy amablemente que en tren es una hora y que en taxi son unos 50 euros. Prefiero gastar la hora. Ahora, escribiendo, me doy cuenta de que necesito urgentemente un “yo” sensato. Retomo mi pasillo puerta a puerta, hasta llegar a la mía, la 24, y tiene una flecha que indica que los trenes se toman en el suelo. Me asomo por detrás y veo ascensores. Vuelvo para atrás para volver a mirar la flecha. Inequívocamente señala al suelo. Bajo en el ascensor. Vuelvo a encontrar flechas que me llevan justo por debajo de mis pasos del piso de arriba. La última señala una puerta. Salgo. Es la calle. No hay parada de tren. No hay boca de tren. No hay vías. Sólo una zona oscura y cuanto más te alejas más oscura. Vuelvo para atrás. La flecha señala, nuevamente, sin posibilidad de equivocación, a la calle. Si esto fueran los dibujos animados, saldría un zapato gigante y me daría en todo el trasero y yo saldría volando y aterrizaría dando pequeños botes y dejando nubecitas por detrás. Salgo de nuevo y le pregunto a unos mozos con carrito: ¿le train? ¿le train?. Los mozos me señalan un autobús y yo muevo la cabeza y les digo, non, non, le train -es que no hablo francés, por eso no me entienden, se dirá de otro modo. Vuelven a señalar el autobús y me dicen “bus… train”.

Deduzco que el autobús me llevará al tren, pero ya es de noche y se me van pasando las ganas de aventura. Finalmente me encamino con mis bolsas al autobús y me paro al lado de un negro que parece el revisor. Le pregunto que cuánto es y me dice que “free” que el autobús que lleva a la estación es “free”. Y yo me pregunto dónde diablos estará la estación para que necesiten llevarte en autobús.

Nos subimos al autobús. Veo caras que ya he visto en el avión. Pero ahora ya es de noche, empieza a ser tarde y todo el optimismo se nos ha debido quedar enganchado en alguna nube. Yo creo que a partir de cierta hora ya sólo se tiene cara de ganas de llegar.

El trayecto es deprimente. Kilómetros y kilómetros industriales y la estación que no aparece. El autobús se detiene. Yo creo que debe tener paradas, porque aquello está muy oscuro y delante de mi hay una especie de fantasma con una chilaba verde fósforo, y yo voy a le train, para dormir esta noche en mi hotel, ¿entiendes? -me gustaría decir, pero no hablo frnacés, así que sólo pienso. Todo el mundo se moviliza y pienso que hay que bajarse. Cuando lo entro veo una máquina y una larguísima cola para sacar los billetes. Miro alrededor y veo otra máquina con una cola similar. No hay más remedio. Espero pacientemente y veo a los franceses que comentan entre ellos y se rien cuando alguno tiene un problema con las máquinas. Estoy seguro de que les daré motivos para que se rian de mi también. Al poco tiempo, se acaban las risas y empiezan las caras de fastidio porque la cola va muy lenta. Estoy seguro de que les voy a dar motivos para ponerme cara de fastidio. Me pego mucho a la chica que llevo delante, y sé que puede darse la vuelta y soltarme una torta, pero intento aprender por adelantado cómo se usa la máquina para que cuando me toque no puedan ni reirse ni ponerme cara de fastidio por no saber sacar un simple billete de tren.

Me toca. He visto varias veces cómo lo hacen, así que sólo tengo que repetir los movimientos. Pero no hablo francés, ni lo leo, así que no entiendo lo que dice la máquina. Simplemente aprieto los botones. Meto la tarjeta VISA. No la admite. Meto American Express, no la admite. Y empiezo a notar las caras de fastidio detrás de mi, y nadie se rie. Meto la Diners. Y tampoco. Yo también tengo cara de fastidio, pero hacia la máquina. Finalmente me vuelvo -desesperado- y pido ayuda. Me enseñan una tarjeta de crédito con chip. No, yo no tengo de esas. ¿Y acepta billetes? No, no acepta billetes. Finalmente, uno de la cola da un paso a un lado, para que le vea, y me dice “Puedes ir a la señora de la taquilla y pagar con billetes allí” ¿Hay una taquilla? ¿Dónde? “Detrás del muro”. Bueno, este españolito les ha quitado la cara de fastidio y está seguro de que en cuanto se vaya van a estar un rato riéndose del chico que intentó meter todas las tarjetas que tenía y no valió ninguna ¡y la taquilla estaba a la vuelta de la esquina!

Cojo un tren que me llevará al centro de París. Llega sin luz, y pienso que será un problema temporal, pero no. Pasan las estaciones y todos viajamos a oscuras. Si viajar de noche ya me parece que tiene un componente de perdedor, viajar de noche y a oscuras nos convierte a todos en fantasmas. Hay una chica delante de mi que se parece a mi hermana, pero claro, ella no me va a sonreir y me va a preguntar cómo estoy. De hecho, está tan rígida y mirando tan fijamente al exterior del tren (aunque no se ve nada) que tengo que mirar de tanto en tanto para estar seguro de que sigue viva. Finalmente suena su teléfono móvil. Puedes estar en un incómodo tren de noche, sin luz y sin aire, pero todos tenemos teléfono móvil. Se pone delante la pantalla para ver quién es y a mi ahora me recuerda a un personaje de Moebius cuando comprábamos el 1984. Habla y se rie en un tren sin luz hasta que entramos en un túnel y se corta. Me gustaría que me mirara y me preguntara de dónde eres, y poder hablar tranquilamente una charla intrascendente mientras el destino que nos une llega al punto en que nos separa, pero claro, yo no hablo francés, así que si me dijera algo no sabría que responder. Y de todas formas, no me va a prestar la más mínima atención, es una señorita que dirá a menudo o-la-lá y seguro que cuando llegue a su casa francesa cenará brioches con mantequilla y con sal y foie, y beberá modestamente un Bordeaux, que es caro pero ellos no lo saben porque siempre lo ha sido, así que se lo beben tan contentos, sin tener que acordarse que han pasado media hora en un tres viejo y oscuro, sudando por todos los poros. Consulto continuamente el mapa que me dieron en el punto de información del aeropuerto, porque no sé la razón, tengo un miedo horroroso a que el nombre que he memorizado no sea el correcto y acabe bajándome en la parada que no es y me pierda en París y yo no sé francés. Y los franceses se van a su casa pronto para calentar brioches y abrir botellas de Burdeos.

Mi parada es Chantelle, centro neurálgico del metro francés. Parece que desde allí puedes ir a cualquier parte de París. Llevo 10 minutos pasando de pasillo automático a escaleras y otra vez pasillos automáticos. La gente corre por ellos para tardar menos, será que no llegan a tiempo de comprar las baguetes.

Cuando viajo procuro no descomponer el equilibrio del equipaje que lleve, porque si andas dejando en el suelo y cogiendo otra vez al poco, acabas hasta las narices de todo y te das cuenta de lo que pesa y las ganas que tienes de soltarlo. Pero si llevas encima siempre el mismo peso, me canso menos y cuando te cansas, te cansas del todo, y cuando lo sueltas, te das cuenta de las ganas que tenías de soltarlo todo.

Me bajo del metro, en mitad de la nada. La calle está en obras, como siempre que he venido a París. Ya es muy tarde y no hay nadie por las aceras, ni taxis –mas oui-. Comienzo a andar hacia lo que parece una zona más transitada. A estas alturas, siento mi mochila como si fuera mi caparazón y se estuviera pegando lenta pero incansable a mi, si sigo andando mucho más rato es posible que me convierta en el primer cyborg real, con un ordenador bajo la piel. No hablo francés pero pregunto a un conductor de autobús. Me dice que la ruta de al lado me lleva a mi hotel. Cuando llevo un buen rato esperando decido empollarme la marquesina y encuentro en una esquina el horario. ¡Falta media hora para que venga! No puede ser, no hablo francés, no hay gente por la calle y se está haciendo medianoche. Necesito un yo sensato que me avise de lo que puede pasar.

Busco taxi. En París no hay taxis, me dicen. O los llamas por teléfono y vienen a tu hotel o son como la policía cuando se les necesita. Pero es tarde, la gente está cenando y tomando vino, y veo venir uno. Para. Es un taxista chino, le enseño el papel y por cómo habla y el movimiento de su cabeza, deduzco que me dice que no tiene ni idea de dónde está y que no me lleva, que es muy tarde y que tiene a la chinita de su amor esperando con la ensalada agridulce lista para comer. Le enseño las directrices que vienen en la hoja y vuelve a mover la cabeza y se queda quieto. A mi lo único que me queda es bajar del taxi. Pasa otro taxi, pero no para. Yo tampoco pararía si fuera francés, si fuera de noche y se me fuera a subir un español que quiere que le lleve a un hotel que ni un taxista chino sabe donde está. Le diría, “Fuera, fuera” (como se diga en francés).

Viene un nuevo taxi. Para. Me subo. Enseño el papel. Se lo lee. Empieza a hablar. No entiendo. Le digo “Pardon”, se vuelve a mi y me dice “sinc minutes (mueve los dedos haciendo el símbolo de andar) y a la druat”. Le vuelvo a decir Pardon? pero me gustaría decirle que me da igual dónde esté el hotel que lo que quiero es que me lleve. Me vuelve a decir “sinc minutes” y “a la druat” y se queda mirando hacia adelante, sin moverse. Me tengo que bajar.

Empiezo a andar en la dirección de su dedo, mientras me repito “cinco minutos y después a la derecha”. Y me maldigo por no saber francés, y por no tener el carácter para imponerme a un taxista francés y decirle que se deje de andar y que me lleve en coche que es su trabajo. ¿Pero cómo se sabe cuándo has andado los cinco minutos que dice el taxista? ¿En qué momento giro a la derecha? Por fin, pasan dos jóvenes haciendo fútin, les pregunto, me dicen que “a la gosh y a la gosh” y añaden “dé a la gosh” Estupendo, parece que de verdad estoy cerca. Pasa de la medianoche y no hace falta ser muy listo para saber que no quiero estar a media noche en un barrio desierto y desconocido de París con mi ordenador portátil, mi bolsa de la ropa y preguntando a peatones si quieren hacer algo con alguien perdido al que nadie sabrá donde buscar. Hablo solo. Pero giro a la izquierda. Estoy sobre una autopista. No hay un seguro giro a la izquierda en mucho rato.

Esto va mal.

A mi paso ligero alcanzo a una africana francesa que va vestida como recién salida de un documental. Me han dicho que un blanquito nunca hablaría con una negraza, pero no tengo prejuicios y no me va a pasar nada que no me merezca por no tener un yo sensato. Cuando vuelva voy a buscar dentro de mi hasta que lo encuentre y a partir de ese momento, siempre le pediré consejo, palabra.

La africana mira mi papel. Mira al cielo. Piensa. Parece que la hora, el color de mi piel y que no hable francés la ablandan. Me indica que la siga. Se sale de su camino. Me gustaría poder hablar con ella, porque cuando uno se sale de su camino a esas horas, lo menos que puedes hacer es darle conversación para que sepa lo que se lo agradeces, pero no hablo francés, así que sólo puedo mirarla de cuando en cuando y pensar en todo lo que le diría si ella hablara español. Seguimos andando. Suena su móvil y habla, evidentemente diciendo que se ha desviado porque está llevando a un pobre españolito a un hotel que está perdido y que dios sabe lo que le pasará si le dejamos por ahí buscando a otra persona a quien preguntar. No entiendo lo que dice, pero eso es lo yo diría si me llamaran cuando estoy haciendo una obra tan monumental de caridad. Me pregunto si la habrán creído, porque me pregunto si me creerían o si me gritarían por el teléfono que me dejara de hacer de lazarillo y que pusiera mi culo en la silla que está delante de la cena antes de que se arme una gorda. Parece que la creen porque cuelga y seguimos andando.

Como no puedo hablar, sólo caminamos, uno al lado de otro, durante rato y rato. Yo la miro esperando que vean en mi cara una mirada de esas que “lo dicen todo” y deseo que sólo con mirarme sepa que se ha ganado mi respeto y mi amor universal, porque no se si lo hubiera hecho. Y me digo que no puedo olvidarlo. Que el día que me toque corresponder con alguien perdido y en una zona hostil, tengo que acordarme de esto porque ella se lo merece.

Seguimos andando y andando y de un hotel sale un joven y ella le dice que si sabe dónde está mi hotel, que ella me está acompañando porque no hablo francés y que no hubiera llegado en la vida. Ella no sabe lo de los taxis franceses que no me han querido llevar, pero sé que yo diría eso mismo si estuviera acompañando a alguien. El chico dice que sabe donde está el hotel y que le pilla de camino, y que él me acompaña.

Mi madrina africana me hace un gesto diciendo que puedo ir con él y a mi sólo me falta arrodillarme y besar su túnica, sus piés, que es probablemente lo que debería hacer hecho. Espero que mis “gracias” francesas consiguieran transmitirle todo lo que siento en ese momento, pero ella sólo sonrie, dice un “de rien”, da media vuelta y se va por donde hemos venido. Sola.

Yo vuelvo a caminar con mi relevo, que tampoco habla inglés ni español y por su aspecto y juventud me pega que sea un botones o pinche de cocina saliendo del turno. Así que tampoco puedo hablar con él, sólo pensar en todo lo que me está pasando y en lo mucho que necesito un yo sensato a quien escuchar cuando decida hacerme el machito. Andamos y andamos y nunca parece que sea el momento de que aparezca el hotel con sus luces cálidas y sus puertas automáticas. Una promesa de calor y seguridad. Se vuelve un momento entre calada y calada y me dice “dé minut”. Empieza la cuesta y delante está el hotel. He llegado. Me registro. Estoy aquí, en mi habitación, escribiendo. A salvo.

Pd.: Si ves al taxista, le dices de mi parte que de sinc minut nada de nada, o sea, rien de rien

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Anónimo
Anónimo
17 years ago

Joder, t’as jugao el pellejo, ufff, qué miedo.

Me alegor que estés bian.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Muy buena y divertida cronica, se que has pasado canguelo, pero me he reido, jejejje.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Excelente narración de lo q es andar perdido en una gran ciudad. Yo he vivido cosas parecidas, como cuando hace tiempo de noche, en un pueblo perdido en la sierra en un día de invierno de niebla y frío, y llegué a un caserón antiguo… aquello parecía la casa del terror, y comprendo esa sensación de desvalido que se tiene cuando se vive eso que narras. Y umm! Me estoy acordando ahora de aquella otra vez que aparqué el coche y luego no me acordaba la calle ¡no apunte el nombre! Y la ciudad desconocida y de noche, mil gracias que le di a aquel policía que me ayudo andando 3 horas dando vueltas…

Felicitaciones por el artículo, con un estilo de buena novela pero basado en la vida real de lo que has vivido.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Es muy bueno Alf. Yo también pasé por una situación parecida tambien en Paris. Pero suerte que tenia el GPS que me decia donde estaba el hotel.

P.S: Recuerdame que te regale uno la proxima vez 😛

Anónimo
Anónimo
17 years ago

es desagradable, pero es asi, hay que aprender a viajar solo, y a conocer las limitaciones de uno y de si es el momento para hacer experimentos o no.
enhorabuena estas vivo, pero para la vuelta, por 50 pavos, que te dejen en la purta de tu terminal…

Anónimo
Anónimo
17 years ago

A mi me ha pasado algo similar. Pero lo he vivido con frescor. Eso si, convendrán en que ciudad bonita, Paris. De todas formas no tiene que pasar nada. Murphy (y su ley) no trabaja a media noche. Una vez, recién llegado a Cambridge (UK) dejé las cosas en un youth-hostel, me fui a ver una actuación de jazz en un pub (The Elm Tree) y me tranqué una cogorza de campeonato a punto de pintas!. El trayecto de ida (al pub) lo hice en 15 minutos, y el de vuelta en 3 horas! Pd: Son experiencias que se recuendan! Jeje!

Anónimo
Anónimo
17 years ago

me ha gustado mucho porque me recuerda exactamente lo que me paso en el primer viaje a Paris……
Si sigues por alli mañana te llamo, aunque no se si me de tiempo de pasar por la expo :-/

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Muy buena Alf. A mi estas situaciones me gustan y, suelo “buscarlas” en los viajes; es una manera fantástica de conocer al mundo y a los humanos, curiosamente mejores que aparecen en los periódicos.
saludos 🙂

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Muy buena crónica. No te olvides de hacerte con un GPS y un traductor. Suerte con el día de hoy. Lo de las baguettes y lo del vino …. muy bueno!!!

Salu2

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Hacía tiempo que no leía un relato de ficción tan largo y de una sola atacada. Muy buena la crónica Alf. Olvidate de la Expo y cuéntanos historias de ” Un Insensato en Paris”.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Muy buena cronica, la disfrute. A quienes gustamos de viajar se nos hace muy familiar esa situacion en paises de habla no española o castellana. Pero siempre hay alguna alma caritativa que se apiada y te ayuda. A proposito de esto pienso que algun dia el telefono y reproductor de mp3 tendra utilidad GSP y tantas otras cosas mas pero la ayuda y contacto humano es insustituible para un viajero curioso.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

quiero decir utilidad GPS…

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Afl muy buena redaccion!!! se nota que te gusta transmitir sensaciones!! si tienes tiempo sigue con tus relatos, son muy entretenidos e interesantes!

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Me recordastes cuando salí de mi pequeña isla y fuí solo a Madrid y Barcelona. Yo ni siquiera habia visto un metro en mi vida…

Porcierto genial tu historia y tengo que decir que me recordastes a la forma de ver el mundo del escritor J.D. Salinger…

Anónimo
Anónimo
17 years ago

¡Pronto!¡Danos el capitulo 3!

Buenísimo, gracias.

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Formidable crónica, Alf. Con ritmo, ironía, sensibilidad, sentido del humor, tipos humanos interesantes… ¿Cuándo te decides a escribir libros de viajes?

Anónimo
Anónimo
17 years ago

Se me habia olvidado comentar que es verdad… en paris no estaban dando mas licencias de taxis desde hace tiempo, han sido muy drasticos, no se a que es debido pero en francia hay escases de taxis

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